La puerta comienza a correrse de manera automática, suave y con un tenue chirrido. Elisabeth María se levanta de la silla como un resorte. Se acerca a Cesárea, la abraza y besa.
-Muita suerte, compañera.
-Gracias, pero estoy jodida. Me muero de los nervios. Adiós.
Llega a la planta baja. Otras tres compis están esperando a la funcionaria. Todas de lo más arregladas, todas con taconazo, todas con pantalones ajustados o culifaldas, cortísimas, todas maquilladas y perfumadas como nunca en libertad lo hubieran hecho, todas de los nervios. Se enternece al verlas, también por ella misma, quizás.
La funcionaria sale de la pecera y marca la marcha. Al golpe metálico de su llave se abre la puerta corredera del módulo. Salen en fila india por el camino exterior. Los primeros silbidos no se hacen esperar. Provienen de los módulos de hombre. Las voces, los piropos y las ordinarieces se oyen entremezcladas, sin origen definido ni autor reconocido. Ellas siguen caminando, dignas, con la de azul al frente. En ese momento sus pensamientos y oídos solo están para sus parejas.
Llegan al módulo de Comunicaciones. Otra vez el golpeteo metálico de la llave contra la cancela de entrada. De nuevo se corre el portón. Entran. Las hacen esperar una vez cerrada la puerta. Mientras comprueban sus datos, Elisabeth María piensa: ¿cómo será el Vis-vis?, ¿qué clase de persona será el Filetes? Estoy asustada. Espero que esto pase rapidito