Fue en viernes, en una noche de viernes y de pachanga. Habían salido con un grupo de amigos de Wilder José. Ella era la menor y se encontraba fuera de lugar, pero ante la insistencia de él, cedió. Fueron a casa del mejor amigo de éste, el Johnny. Su madre trabajaba de noche y le dejaba a su cargo a dos hermanos menores. El padre nunca aparecía los fines de semana antes de la madrugada, y borracho. Así que disponían de la casita hasta altas horas de la noche para armar tremenda rumba. A los peladitos ya los habían puesto a dormir, y uno por uno fueron llegando los llaves del barrio. Algunas botellas de ron y aguardientico, y el equipo de música prestado, aportaron lo que se necesitaba para comenzar la parranda.
La música se arrancó con salsa, después merengue, donde el Wilder José destacaba de manera especial. Bailó un par de piezas con Elisabeth María y después eligió a otra para continuar con su bamboleo particular. Y qué una eligió; la más potente del barrio que no le quitaba el ojo de encima. De su misma edad, su cola destacaba de entre las del resto como un melocotón maduro que rebosaba el pantalón sin dejar una arruga visible. Y su delantera rompía moldes. A Elizabeth María se le escapaban los ojos de sus órbitas viendo como ambos se contorsionaban, adheridos el uno al otro y adquiriendo la postura de dos boas enroscadas. Pero ella era apenas una niña y el resto ya eran jóvenes. Además, era solo una conocida más del barrio, y él era libre y nadie le iba a impedir seguir siéndolo. No obstante, lo celos la corroían y el deseo que sentía por su príncipe azul rebosaba todo control.