Ella en cambio había nacido en un barrio humilde de Bogotá, había pasado una infancia de necesidades y amenazas, después se había casado con un marido que la maltrataba y despreció, para caer en manos de un malparido que la engañó y envió a una batalla perdida. Y de ahí, pasó a esta prisión, a esta celda, sola, jodida y olvidada del mundo. Vida hijueputa que le ha tocado vivir, piensa, mientras algunas lágrimas vuelven a surcarle las mejillas; así se adormece, para al poco rato entrar en un profundo sueño.
A la mañana siguiente la despierta el recuento. Pero antes de que se levante y vista, de nuevo oye el sonido metálico de la puerta, sin embargo, no es el sonido característico de la mirilla, sino el de la apertura. Una funcionaria aparece en escena.
-Cardozo, coja sus cosas y sígame.
Al igual que el día anterior, la llegada de la funcionaria la sorprende ¡Pero qué cosas va a coger si no ha traído nada!
-Pero, señora funcionaria, si no tengo ningún chéchere para llevarme.
-Bueno, pues entonces termine de vestirse y salga.
Así lo hace. No tiene tiempo de despedirse del Filetes, ni soltar un, ¡adiós!, al aire por si alguien lo recibe, ya que bajan las escaleras y salen del módulo a paso de pelotón militar.
Al llegar al módulo la espera la Jefe de Servicios. La del uniforme azul le impone, con su pelo recogido en un moño y las manos cruzadas a la espalda.