-Mira, hijo de la gran puta, aquí estás en mi territorio y no me amenaces porque te jodo y te empapelo. Te vas cagando leches al chopano y no sales de allí hasta que las ranas críen pelo. Que no soy un funcionario común, que soy el jefe de servicios y que ni el juez te libra de esta. Así que cálmate, que el que la ha jodido has sido tú y la zorra de tu colombiana. Qué te hundo, Filetes, qué te jodo por mi santa madre, ¿eh?
El Filetes se calma viendo lo que se le puede venir encima. Conoce bien al cabrón éste de la calle y sabe de lo que es capaz. Mejor tenerlo de amigo que de enemigo.
-Esta bien, don Ciriaco, está bien, pero ayúdame a que me vuelvan a dar los vis y el curso, por favor –termina con un tono dialogante.
El jefe de servicios vuelve a adquirir su tonalidad de piel macilenta. Relaja sus miembros.
-Ya veremos lo que puedo hacer. Y no la vuelvas a cagar, porque de la próxima no te salva ni Dios.
Y con esas palabras sale del módulo. El Filetes se lo queda mirando con expresión entre asqueada y esperanzadora. Lo que uno tiene que tragar en este hueco de mierda, piensa, él que siempre ha ido por libre y nunca respetó ley alguna. ¡Me cago en todo, me cago!
A los pocos días de su salida, Elisabeth María recibe una carta de módulo a módulo; no necesita ojearla para intuir el nombre del remitente: su Filetes. Ahora sí está dispuesta a dar el todo por el todo por este pelao que ha conseguido hacerse un hueco en su corazón, y ello, a fuerza de insistir, de luchar por ella. Le pone al corriente de su nueva situación, que no es muy diferente de la Elisabeth María, con el agravante, que ella ha perdido el destino y con ello la entrada de un dinero que no solo le daba para vivir a nivel interno, sino para ahorrar.