Mientras buscan al pájaro, Pedro comienza a atender al personal, necesitado de café y tabaco por vena. Hoy es día de pago y todo el módulo anda revuelto: los unos porque cobran, lo otros porque no les ha llegado el giro, y el economatero y algún prestamista más del patio, porque tendrán que sobar a más de uno el hocico por no apoquinar. Es que lo giros en ocasiones se retrasan, aunque en otras nunca llegan.
-Pedro, encontré al Herminio justo cuando se piraba pá el destino. Lo pillé cuando estaba garabateando lo del peculio y yo…
-Bueno, bueno, compi, no me cuentes tu vida, que solo tenías que avisarlo; así que corta el rollo. Toma, un café por el trabajo y pírate que tengo mucho que atender.
Al momento una cara enjuta, marcada por los rastros de una viruela mal curada, aparece en el marco de la ventana.
-¿Me buscas, Pedro? –pregunta con voz profunda.
-Bueno, sí, bueno, mira, a ver si antes de irte al destino puedes darte un rulo por aquí. Quiero contarte algo que…
-Pero de qué va el rollo, que tengo prisa, tío. Me esperan en comunicaciones.
-Nada de…, mira, que este colegui quiere hablar contigo.
El recién llegado desvía la mirada de Pedro a Anselmo y lo observa con detenimiento. Entonces se aleja de la ventanuca sin decir palabra.
A los pocos minutos unos golpes estremecen la hoja metálica de la puerta de acceso al economato. Pedro cierra por un momento la ventanuca advirtiendo al personal que en breve abrirá de nuevo. Unas voces rebeldes gritan algún improperio que él no escucha mientras abre la puerta. El tal Herminio traspasa el umbral de la misma y se enfrenta directamente a Anselmo.