Submitted by jorge on Thu, 01/06/2017 - 06:48
Parece mentira, que unos han de sufrir para que otros puedan, con posterioridad, disfrutar, aunque sea de manera inconsciente, con el padecimiento que los primeros dejaron en su camino vital.
Esto es lo que está ocurriendo con ciertas antiguas prisiones regadas por el mundo y que en su día fueron iconos por mantener recluidos a los más famosos delincuentes del momento o por ser los centros de mayor dureza disciplinar y gran dificultad de evasión.
Por ello, penales como los de Alcatraz, en la bahía de San Francisco (EEUU) –donde residió el conocido gánster Al Capone y de donde supuestamente nadie consiguió fugarse, extremo con el que no coincidimos, ya que existen testimonios de al menos una fuga de tres reclusos en un bote salvavidas-, pasando por Robben Island, en Sudafrica, -prisión donde residió durante 18 años Nelson Mandela- o la isla del Diablo, en la Guayana Francesa, -donde estuvo cautivo Henri Charriere que después de años escapó a Venezuela y sobre el que se inspiró la novela Papillón-, son algunos de los ejemplos de prisiones existentes en los cuatro continentes que ahora se han convertido en hoteles, parqués temáticos, museos, atracciones turísticas y demás opciones de divertimento para el exigente público actual.
Llegar con el barco turístico a Alcatraz y que te muestren las diminutas celdas donde residían los internos u observar el habitáculo donde Mandela apenas se movía, no solo causan una sensación indescriptible que oscila entre la opresión, la tristeza o la melancolía, sino que también enciende entre muchos el morbo de pensar en los famosos que ahí residieron.
Lo que dijimos, el sufrimiento de algunos provoca el interés de otros.
Y si no, que se lo pregunten a muchos de los periodistas, colaboradores o los mismos voluntarios de Ongs que entran diariamente en las prisiones del Planeta.