Lunes, 3 de octubre

Aún mantengo en mi mente la imagen del culo de Paula en pompa frente a mí. Y en cada ocasión que pienso en ello la erección aparece.

La tensión de lo prohibido, el morbo que me produce la suramericana y los meses de abstinencia, le han proporcionado a este polvo los condimentos suficientes para poder asegurar sin temor a equivocarme, que ha sido el polvazo más excitante de mi puta vida. Tanto es así, que cuando salí del tigre, unos tres minutos después de entrar en él, me costó la hostia guardarme el rabo en los gayumbos. Salí con tó tieso, disimulando el paquete con la camisa por fuera del pantalón. Los jinchos seguían chachareando y no se pisparon de nada.

Cuando llegué a la biblioteca, Luis me salió de inmediato al encuentro, curioso. Le conté mientras se relamía del gusto lo que él no había catado. Le di las gracias y me piré. Aún la tenía dura.

Mi mama llegó este finde de visita. Me relató con pelos y señales quién fue y quién no asistió al funeral de la abuela. También me comentó que Patricia estuvo ahí con el niño, y que ambas estuvieron charlando. Algo le pasa a esta chica, pobre niño. La encuentro muy desmejorada, me dijo mi madre con mirada perdida.

Nos despedimos hasta el jueves, día en que tengo el vis a vis familiar. El íntimo ni se me ocurre pedirlo, además, pá qué, si ya tengo íntimo de aquí te pillo aquí te mato dentro. Aunque sigo anhelando a mi mujer, pero por el momento…

Recibo carta de Paula. Está perfumada. El olor de su perfume me trae recuerdos del jueves. Mientras la leo, tumbado por la noche en el camastro, me masturbo. Creo que me la he meneado más en las últimas semanas, que en los siete meses que llevo aquí. Me comenta que recuerda cada segundo de los que estuvo conmigo. Que necesita verme y besarme. Que todo fue muy rápido, aunque como ella dice, la gozo. Y que guardó algo de mi semen en un frasquito, para acordarse de mí, para no volverme a olvidar; dice que eso le arrecha. Por ello estuvo dos días sin ducharse, oliendo a varón. Miedo me da esta pava.