Viernes, 11 de noviembre

Ayer, como era de esperar, no ocurrió nasti serio. Pero si tomamos posiciones a futuros. El instructor es un informático joven, de unos veinticinco, más menos, con su respectivo pircing y cara de bonachón. Estaba acojonado y se le notaba. No tenía ni flowers con que tipo de bandurria se iba a encontrar, aunque le avisaron que seleccionarían al personal. No sé a que cojones llaman ellos seleccionar, porque había por lo menos una persona de cada módulo, y en algunos casos, dos. Al final contamos un total de quince, entre ellas, cinco chicas; el resto tíos.

Nada más entrar al aula, Laura y yo perdimos el culo por pillar dos puestos, una al lado del otro y lo más retirados posible. Tuve que negociar con un ruina de uno de los módulos duros que pilló el mejor lugar y no se apeaba del burro: un paquete de Marlboro solucionó el problema. Conseguimos dos puestos contiguos al final de la fila de atrás. Habían dividido el aula en dos filas a lo largo del recinto; ocho puestos en un lado, y al otro, otros ocho, todos con sus respectivos ordenatas, pero sin el rollito de internet ni nada que se le parezca; puro ordenador con el windows dichoso y poco más.

El profe se puso a explicar en la pizarra el funcionamiento del ordenata, y nos daba los pasos a seguir para su utilización, pero cuando algún despistado preguntaba algo y el instructor se piraba a la fila de enfrente, Paulita y yo nos agarrábamos las manos y lo que no son las manos, es decir, nos las metíamos hasta donde la ropa nos permitía o la mirada de alguien que se desviaba.

También nos pispamos de los tiempos que daba el teacher para el café y los lugares de la primera planta que podríamos usar para nuestros menesteres; los funcionarios se quedaban en la garita de abajo y no se movían del calentador, con la rasca que hay… El único responsable es el profe, y por las tardes no hay más actividades en el socio, así que vemos el camino despejado.

Para la próxima ya lo tenemos claro; nos vamos a soltar la melena.