Jueves, 24 de marzo

Me encuentro en un módulo de los que llaman blando. Mi delito no es de los graves, es la primera vez que me detienen y mi perfil no encaja en el del delincuente habitual. Todo esto me lo comentó el educador en la primera entrevista; por ello me enviaron al módulo 6. A Bach lo mantienen aquí porque tiene alguna relación familiar con el subdirector de seguridad, pero muchos de los internos se encuentran en este patio por delitos menores contra la salud pública, otros por violencia de género, bastantes por violación y otros delitos sexuales, como pederastia y pedofilia, algunos ladronzuelos y mucho yonkarra. Ah, y también hay dos etarras.

Como la cárcel está hasta las trancas, muchos de los que salen de continuo de permiso residen en este módulo; este es el de los afortunados. Por ello se suelen evitar las movidas; nadie desea perder sus privilegios. Además, a los violetas y demás delincuentes sexuales solo los pueden alojar en módulos como el 6, el nuestro. 

Me comentaba el otro día el Lejía, un antiguo legionario de las tropas de África, que en el módulo 1, donde él vivía con anterioridad, les encalomaron un violeta. El menda iba alardeando de que era atracador de bancos, hasta que dos atracadores de los de pro, de los de antes, de fusco y pañuelo a la cara, lo abrasaron a preguntas y dedujeron que ni modo, que el tío no había agarrado un arma en su puta vida. Rascaron, indagaron con sus compis de destino y salió la patata caliente a relucir. Le dieron dos minutos para pirarse del patio. Pidió refugio a los funcionarios y lo cambiaron de módulo.

Pero en éste hay poco taleguero de los de siempre, y los que lo son, no desean perder sus permisos o beneficios. Y cuando se monta una, solo ocurre en el tigre, en la escalera, en un chabolo o en las salas del patio. Ahí donde los ojos de las cámaras y de los funcionarios no alcanzan a otear.