Viernes, 13 de abril

Pues ayer no hubo manera. La niña se cerró en banda, y ya le pude contar milongas, que ná. 

Cuando llegué, noté el enfurruñe de la Paula en su expresión. Yo, sin embargo, iba más contento que unas pascuas, con la alegría propia del que se sabe en breve en libertad, y que además, va en busca de hembra como rebeco en celo. 

Le entré antes de clase, le prometí peculio en breve, vis a vis en un tiempo prudencial, y casi hasta matrimonio, con tal de mojar. Pero ella, que nada, que estaba hasta el chocho, y que no volveríamos a follar hasta que no cambiara la situación, o con el vis o con peculio.

Así, que durante el breve receso de clase, bajé a la biblioteca y dejé a la suramericana sola, con los compis. A mi vuelta al aula la note rabiosa, envenenada. Nos sentamos y no solo no me dirigió la palabra, sino que se la pasó de sonrisitas con el tolai que tenía enfrente, al otro lado de la mesa. Y yo, como si no me pispara de nada y haciéndome el concentrado con el trabajo del ordenata, mientras las tripas se me revolvían por los celos y el cuerpo me pedía guerra. Miré un par de veces al menda, proyectándole dardos envenenados con mi mirada, pero él, como si nada, venga a darle palique a la Paula.

Cuando terminó la clase me levanté como un resorte para pirarme, pero antes le solté a la suramericana al oído:

-Que te den mucho, so zorra –y arranqué antes de que la piba pudiera reaccionar.

No me giré, ni me despedí de la peña, tan solo enfilé el camino a las escaleras, bajé y me interné en la biblio.

Con esto me desquitaba de la presión a la que la tía me tenía sometido durante tiempo, sabedora que se había apoderado de mi voluntad por soledad y deseo. Lo que la menda no había calculado con claridad eran los tiempos. Ahora yo me piraría, y ella quedaría sola, a merced de algún que otro pringao que quisiera conquistarla.