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DIARIO DE UN PREVENTIVO

Lunes, 11 de abril

Lo que dije en un principio. Los fines de semana son una mierda: o porqué entro de novato en un módulo, o porqué tengo una comunicación chunga con la parienta, o simplemente, porqué no hay nada que hacer, nada que rascar.

Lo único positivo es que no he entrado de principiante en el patio. El mes de experiencia que llevo en el talego, además de los dos días de estancia en el chopano por la pelea con el romaní, me han abierto algo la puerta de este módulo. No es tan suave como el 6, pero tampoco es de los duros. Es normalillo.

Me la he pasado el finde patieando. Como no conocía a nadie y tampoco tuve visita, no he contado con otra distracción que esta. Patricia y mi madre no vinieron debido a mi traslado a aislamiento. Les dijeron que había cometido una infracción muy grave y que tenía que permanecer unos días en el chopano. Pero como no sabían cuántos, pues nada, les aconsejaron, los muy hijos de su madre, que pospusieran la visita al próximo fin de semana. Y así fue. La boba de Patricia no protestó. Lo hubiera conseguido, pero como no conoce aún el percal de estas casas…

La llamé el sábado para que se tranquilizara. Estaba fuera de sí. Llevaba tres días sin saber de mí, y nadie le daba explicaciones por teléfono; así funciona el funcionariado de prisiones.

Me han encalomado en el chabolo de un pijín español. Sí, mucho pijín, pero menudo peligro tiene el cabrón. De familia bien, Eduardo siempre quiso demostrar su valía. Y como los padres se la pasaban de viaje y dejaban a los niños solos con la chacha, pues nada, que el niño  se volvió un golfo desde jovencito. Robaba a sus compañeros de colegio. A los quince ya falsificaba algún cheque del padre, y para rematar la jugada, se folló a la chacha hasta que la dejó preñada. A un puto colegio interno lo enviaron. Ahí se acabó de dañar, o lo acabaron de dañar los curas: entre oficio y oficio, le pajeaban, y él, pues nada, tuvo que devolver el favor a uno de los clérigos.

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