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DIARIO DE UN PREVENTIVO

Jueves, 16 de junio

La llamadita de ayer no me moló. Me levanto preocupado por lo que comentó Héctor, es decir, por la amenaza velada de ese hijo de la gran puta. Yo qué cojones tengo que ver con su organización. Solo le compraba la farlopa, y por su culpa, me han encalomado un marrón que te cagas en la Audiencia Nacional. Una cosa es que te procesen por trapichear con tres kilillos por las discos, y otra, que te involucren con una organización internacional de traficantes. Y encima me amenaza para que calle. Hay que joderse. 

Me asomo desde el catre y miro por la ventana. Veo, frente a mí, a unos cincuenta metros de distancia y con los caminos de acceso a los módulos y una zona verde de por medio, las ventanucas del módulo de mujeres. La celda que tenía en el módulo anterior daba al patio, pero esta tiene una mejor vista. Pero veo sin mirar, abstraído y recién levantado como me encuentro.

Entonces, y sin previo aviso, una paranoia me embarga. Ya no observo a través de la ventana. Mi mirada choca con los barrotes de la misma. Me giro y veo el portón metálico de la celda al otro extremo. Los barrotes de la ventanuca y la puerta constriñen el espacio. Sin apearme de la cama miro de izquierda a derecha, y los tres metros que separan una pared de la otra comprimen aún más mi espacio vital. Un ataque repentino de claustrofobia me domina. Nadie me había hablado de esto; hasta ahora no lo había sentido. Pero la amenaza de ayer, la vigilia nocturna, y la repentina percepción del espacio reducido existente en esta celda estanca y compartida, son la espoleta del estallido claustrofóbico y existencial que me embarga.

Me quedo sin aire. Comienzo a moverme de lado a lado del colchón, y entierro mi cara en la almohada, mientras la muerdo con todas mis fuerzas a fin de no llorar, de gritar, de aullar de desesperación.

-Tío, no son horas de pajearte. Deja de moverte, joder –me abronca mi compañero desde la litera de abajo, mientras se me escapa la vida por la angustia, quizás la cordura.

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