Jueves, 9 de junio

Me levanto sin muchos ánimos de comenzar con el destino. Pero con ello me quito el marronazo de la mierda de encima. Ni más cacas ni más pises. Ahora se trata de repartir el papeo a unos ciento cuarenta mendas, más menos. Así que me alisto con prisas, y nada más bajar al patio, me dirijo al office, situado en el lateral del comedor. 

Entro y me pispo que ya solo quedan dos destinos al mando. Le hablo a Jesús, el veterano del office, el jefe de los tres gualtrapas que llevan ese movimiento de comidas.

-Vengo a cubrir el destino –le digo algo intimidado.

No es que Jesús sea un kie de tomo y lomo, pero domina en parte el módulo, bien por la comida –ya se sabe, a través del estomago se controla al hombre- como también por las posturas que vende entre bandeja y bandeja. 

-Pues ponte el delantal y los guantes, y empiezas ya. Vas a sustituir al Guarín, que se lo han llevado de cunda a un juicio. Ah, y no vayas de listillo, que aquí doy yo las órdenes. Yo digo a quién se le da un estra y a quién no. ¿Tas enterao?

Asiento con la cabeza. No quiero meterme en movidas, aunque sé de buena tinta, que el Jesús le tiene un respeto que te cagas al kurdo. Creo que está en deuda con él por no sé que tema. Y desde que me ha visto caminar junto a él, me evita. Ahora estoy bajo sus órdenes, pero ya se cuidará muy mucho de buscarse alguna movida conmigo.

Me entregan un cazo inmenso, subimos entre dos un perolo de café con leche al mostrador y se abre la veda. La jauría glotona y somnolienta se coloca en una fila serpenteante frente a nosotros. Yo serviré el café, José la leche para los de la dieta, y Jesús, el boss, las galleticas; soy el nuevo, por lo que he de currar mas. Comienzan a pasar, cada cual con un recipiente de su padre y de su madre: unos, con el vaso azulillo taleguero, otros, con tazas que les entraron sus familias, y la mayoría y para pillar mayor cantidad del menjurje acafetado, con medias botellas plásticas de agua mal cortadas.