Submitted by jorge on Wed, 01/06/2011 - 08:34
Miércoles, 1 de junio
Hoy, cuando he vuelto a llamar a casa, percibo el tono de la voz de Pati tenso. Ha perdido la alegría de los últimos días. Retorna a la realidad del momento, a la realidad del trabajo, del niño, del pago de la casa al que apenas puede hacer frente, del acoso de los bancos, de lo que comentan los vecinos y los amigos, es decir, a la realidad demoledora del día a día de la mujer de un convicto, aunque sea preventivo y supuestamente y según dice la Ley, “inocente mientras no se demuestre lo contrario”. Pero no, a mí ya me han juzgado y condenado, y eso, a pesar de no haber declarado. Soy culpable para todos, incluso para ella.
Terminamos la conversación con palabras tirantes y promesas que aún no sé como cumplir. He de llamar en breve a Héctor, a ver si de una vez por todas soluciono el problema de mi familia.
Mi destino de limpieza me supera. No puedo con él. Es tanta la mierda que he de limpiar y los meados que he de oler mientras la comida me regurgita con ánimos de salir por donde entró, que la bajada al patio después de la siesta se está convirtiendo en un sacrificio.
Por ello, cuando llega hoy de nuevo el educador al módulo, me espero a que termine para entrarle. No estoy en la lista de los que tiene que entrevistar. Después de un par de horas de aguante, por fin lo veo salir apresurado del cubículo que usan para las reuniones.
-Buenos días, don Pepe. Quería hablar con usted de…
No me deja terminar. Se le nota acelerado.
-Lo siento, Javier, hoy no puedo hablar contigo. Tengo prisa.
Me llama la atención que se dirija a mí por mi nombre. Los funcionarios utilizan habitualmente el apellido o el usted, poco más.
-No, solo es para pedirle que me cambie de destino, por favor. Éste me supera. Cualquier otro que no sea el de limpieza –termino de implorarle.
-Ya veremos. Apúntate para la semana que viene y te digo algo.