El patio bulle de movimiento. Caras tensas lo cruzan en dirección al tigre y las duchas. Entran y salen de esos lugares con prisas de urbe cosmopolita. Se asemejan a los ejecutivos de las grandes multinacionales moviéndose entre despachos con el estrés propio del trabajo del yupi.
Al avanzar las horas el ambiente se va calmando y comienzan a aparecer las sonrisas babosas en los rostros de algunos, las siestas anticipadas de otros en las esquinas de los patios y los primeros movimientos de comercialización intermodulares. Y cuando comienza el trasiego del negocio entre módulos, los transeúntes del patio han de caminar con ojos camaleónicos.
Al descuido de los funcionarios, aparecen dos lanzadores dispuestos a realizar el hit de su vida. Corren unos metros y lanzan con un amplio movimiento del brazo. El proyectil se eleva por encima del muro, sigue su trayectoria ascendente, cruza el siguiente muro, el del módulo contiguo, y cae en el patio, Dios sabe dónde, o a quién alcance en su trayectoria.
Pero para llegar a esto, el proveedor del producto ha tenido que realizar con anterioridad toda una operación de comercio internacional. Han enviado un fax intermodular notificando la llegada de la mercancía al módulo: tipo de producto, calidad, precio y forma de pago. Este fax se escribe en un pequeño papel, detallando todas estas características, además de incluir el nombre o mote del destinatario y del remitente. Se dobla en pequeñas cuadrículas y se adhiere a una pila alcalina de radio. Se ajusta bien con cinta adhesiva, dejando visible el nombre del destinatario. Acto seguido se proyecta con los pitchers especializados del módulo; no es tarea fácil y han de tener experiencia y conocimiento de las distancias, altura y potencia de proyección. Éstos siempre son bien considerados en cualquier módulo que se precie de tener un intercambio de mercadería frecuente.
Una vez realizado el primer contacto toca aguardar. Y para eso se encuentran los oteadores a la espera de recibir el fax de respuesta. No faltan en toda operación de esta envergadura un par de despisteros dispuestos a distraer a los funcionarios en caso de que se les ocurra salir en esos momentos a tomar el aire. Y controlando toda la operación, nos encontramos al dueño del negocio apalancado en una de las esquinas junto a uno o varios de sus machaquillas a la espera de acontecimientos.
Al cabo del rato un golpe seco y el sonido abrupto de algo deslizándose activa las medidas de seguridad. Varias sombras se deslizan con rapidez y el objeto desaparece como apareció; visto y no visto. La operación se desarrolla conforme a lo establecido. La respuesta es positiva con relación al producto, a la calidad, a la cantidad y al precio. Entonces alguien se percata de que no se hace mención a la forma de pago exigida: al contado a la entrega de la mercancía y por idéntico conducto.