Entra de recién llegado al patio del 5. Lo envían desde una macrocárcel donde su vida hasta entonces era relativamente cómoda. De donde proviene, las instalaciones son nuevas, amplias y con unas comodidades más que aceptables, ah, y lo mejor de todo, también hay chicas. Pero él es F.I.E.S. , y a los F.I.E.S., ni agua; órdenes de la Dirección General de Seguridad.
Por ello lo han trasladado a este pozo infecto, a 550 kilómetros de donde se encontraba y a 200 de su casa, de su ciudad, de su familia y amigos; y sin chicas. Pero es F.I.E.S., dicen, y los F.I.E.S. se joden y callan.
Ya solo la bajada del canguro lo coloca en su sitio. Frente a él se encuentra la entrada de Ingresos, rodeada de un alto muro raído hasta sus entrañas, con las alambradas desvencijadas y corroídas por el óxido y las casetas de vigilancia elevadas sobre las esquinas de dichos muros sirviendo de hábitat a todas las aves de la región. A izquierda y derecha un extenso páramo desemboca en un pequeño y profundo valle en donde se ubica el penal.
En su día se construyó con la idea de almacenar a todo el colectivo terrorista de la península, por ello, se eligió esta zona céntrica y perdida para su ubicación, además de enfocar el diseño de la misma a un aislamiento físico y mental.
Sus primero pasos por el patio lo posicionan en su nuevo destino. Solo ha de mirar a su alrededor para percibir el personal con el que compartirá patio: delincuentillos de la región, sin gran peligro y asilvestrados, y los grandes delincuentes almacenados en este centro desde todos los puntos cardinales de la geografía española. Es de máxima seguridad, dicen. Y va a ser de máxima depresión, intuye. No se equivocará; el paso del tiempo lo aplastará en una realidad de la que no podrá abstraerse.
Se acerca al Economato. Cuando llega su turno, la cabeza del economatero aparece en la ventanuca. Los rasgos refinados y la prominencia de sus globos oculares dan a éste una imagen poco habitual en estas casas. Sin embargo, sus primeras palabras son duras como piedra de pulir:
-A ver, qué quieres, que tengo prisa.
Un sentimiento antagónico se forma en el recién llegado, no obstante, se controla y solicita su pedido con tranquilidad.
Por ello lo han trasladado a este pozo infecto, a 550 kilómetros de donde se encontraba y a 200 de su casa, de su ciudad, de su familia y amigos; y sin chicas. Pero es F.I.E.S., dicen, y los F.I.E.S. se joden y callan.
Ya solo la bajada del canguro lo coloca en su sitio. Frente a él se encuentra la entrada de Ingresos, rodeada de un alto muro raído hasta sus entrañas, con las alambradas desvencijadas y corroídas por el óxido y las casetas de vigilancia elevadas sobre las esquinas de dichos muros sirviendo de hábitat a todas las aves de la región. A izquierda y derecha un extenso páramo desemboca en un pequeño y profundo valle en donde se ubica el penal.
En su día se construyó con la idea de almacenar a todo el colectivo terrorista de la península, por ello, se eligió esta zona céntrica y perdida para su ubicación, además de enfocar el diseño de la misma a un aislamiento físico y mental.
Sus primero pasos por el patio lo posicionan en su nuevo destino. Solo ha de mirar a su alrededor para percibir el personal con el que compartirá patio: delincuentillos de la región, sin gran peligro y asilvestrados, y los grandes delincuentes almacenados en este centro desde todos los puntos cardinales de la geografía española. Es de máxima seguridad, dicen. Y va a ser de máxima depresión, intuye. No se equivocará; el paso del tiempo lo aplastará en una realidad de la que no podrá abstraerse.
Se acerca al Economato. Cuando llega su turno, la cabeza del economatero aparece en la ventanuca. Los rasgos refinados y la prominencia de sus globos oculares dan a éste una imagen poco habitual en estas casas. Sin embargo, sus primeras palabras son duras como piedra de pulir:
-A ver, qué quieres, que tengo prisa.
Un sentimiento antagónico se forma en el recién llegado, no obstante, se controla y solicita su pedido con tranquilidad.