De eso ya hace tiempo y desde entonces seguimos en las mismas. Nos mandan lo peor de cada cárcel, violetas peligrosos, terroristas, grandes narcotraficantes, asesinos ilustres y toda la morralla de la alta sociedad delincuencial. Y a esos los juntamos con los robagallinas de la zona, los caquillos, los yoncarras del barrio y algún otro perdido del lugar. Os imagináis la mezcla con la que hemos de tratar.
Pero eso no es lo más grave, ya que lidiamos con una peña que tiene que obedecer y callar, o sino, los parteamos y para el chopano con ellos. Lo peor está en nuestras propias filas, entre nosotros, los funcionarios de prisiones, de lo que vemos y hemos de callar. Sin ir más lejos, y ahora puedo contarlo porque ya no está en el cargo sino en tareas de administración del centro, es el caso de nuestro antiguo director; menudo cabronazo, cómo se lo montaba el tío.
Resulta que cuando lo nombraron director de esta prisión, le pusieron a disposición un chalet, unos que construyó la Administración para los funcionarios que quisieran vivir cerca del centro y por dos perras gordas. Como este pájaro era del OPUS y tenía mujer y ocho hijos, aceptó. Al tiempo de establecerse como director y apoyado por los ministros de Interior y de Justicia, ambos Legionarios de Cristo –primos-hermanos del OPUS-, crea una satrapía en toda regla con el contubernio del juez de vigilancia penitenciaria de la zona. Por esa época y por orden de la central de I.I.P.P, se cortaron los permisos y terceros grados de plano, y solo en algunos casos, y previo pago de 6.000 euracos por debajo de cuerda al querido director, este daba su visto bueno en la junta para la concesión de dicho permiso. Como el J.V.P. miraba por los ojos de nuestro dire, tampoco aprobaba ningún recurso de permiso, por lo que, los internos que querían acceder a alguno, o bien, estaban a punto de cumplir el tiempo de condena, o bien, pagaban lo convenido al director.