EL PATIO (1)
Entra en el módulo con paso indeciso. No por ser primerizo sino debido a su aspecto físico. De todos los patios anteriores salió rebotado. Cuerpos como el suyo no son bien recibidos y menos con un delito de violación a cuestas. Eso sí que no cuela.
Tiene una cabeza desproporcionada a su reducido cuerpo, los ojos, uno en ascenso, el otro caído sobre su órbita. Carga con una joroba achepada y las piernas enclenques de tibias raquíticas finalizan en diminutos pies. En sus largos brazos se registran las huellas encostradas de una costumbre arraigada en estas casas: la de chinarse. Es su táctica favorita y los funcionarios están al corriente. Los otros reclusos se pispan nada más verle.
Permanece parte de la mañana alrededor de la garita de los funcionarios lanzando fugaces miradas de soslayo al patio. Todos lo observan al pasar junto a la puerta de entrada. "Este menda no mola ni un tanto así", comentan entre ellos. No conocen aún su crimen, pero la imagen de decadencia física y su continuo titubeo hacen presentir tormenta.
-Dile al Guarín que mire la ficha del que ha llegao. Me da mala espina- ordena el Manu, Kie del módulo, a uno de sus machacas. Éste último se da un ligero tajo en la yema del dedo que comienza a sangrar. Entonces se acerca a la garita mientras con un rápido mirar observa al nuevo elemento.
-Don Juan Carlos, ¿puedo salir un momento a Enfermería? Es que me he cortado con una lata de Coca-Cola- pregunta al funcionario con cara de despiste.
-Joder, niño, siempre tienes algo. Anda, ve a que te curen y no me des más la plasta- le comenta éste distraído mientras acciona el botón de apertura de la puerta corredera.
Dirige sus pasos a la zona de Administración y mirando velozmente a izquierda y a derecha asoma su cabeza a través de una puerta.
-Psss, ese Guarín- silba y llama con tono contenido a un interno que deambula en ese momento por la oficina. El otro se acerca rápidamente a la puerta.
-Te he dicho que no te garbees por aquí, compi, que me van joder. ¿Qué coño quieres ahora?
-Dice el Manu que le eches una visual a la ficha del nuevo, ese que parece un Francastei o como se llame ese monstruo- le suelta en tono jocoso.
-Bueno, ya lo miro y después os digo algo. Ahora pírate- y cierra la puerta en sus narices, obligando al machaca a seguir su camino a Enfermería.
EL PATIO (2)
A la hora de la comida regresa el Guarín al módulo. Ha terminado su jornada de destino y ya sueña con la siestorra que se pegará después del papeo. Pero antes tiene algo que solucionar.
Se acerca a la mesa del Kie, toma una silla de la de al lado y se sienta junto a él.
-Bueno, Guarín, ¿qué has averiguao del menda ese?-dice el Kie apoyando los codos sobre la mesa.
-Que no vas desencaminado, Manu, nada desencaminado. El tipo es un violeta. Violó a su sobrina de 12, el muy hijo de puta. Y reincidente, el muy cabrón- suelta altivo el informante. El Manu permanece un rato pensativo. Después habla entre susurros.
-Ya me daba a mi en la nariz que no era trigo limpio, ya me daba. A ver tú- dice señalando a un taponcillo sentado junto a él.
-Prepara el pincho para esta tarde, para después de la siesta, cuando bajemos al patio. Y tu Guarín, tú no te has enteraó de ná, ¿entendío?
El Guarín y el otro cabecean al tiempo en señal de asentimiento. El primero deja la silla y se va su mesa. El resto continua con la comida.
Las cinco. Hora de bajada. Las puertas de las celdas se van abriendo a golpe de llave y cerrojo. Desde el primer instante se presiente movida en el ala izquierda de la segunda planta. Un ir y venir de sombras entre chabolos se delatan.
El mismo engendro percibe el peligro. Su experiencia de años lo han vuelto precavido. Ha tenido tiempo durante la hora de la siesta de prepararse con una lata aplastada de Fanta un arma cortante, roma, pero cortante. Se dirige con paso renco pero rápido a las escaleras. Sin embargo, no lo suficiente. Dos lo esperan en el primer rellano. A sus espaldas sendos pinchos relucen al fulgor de la luz del pasillo.
EL PATIO (3)
El violeta gira sobre si mismo y corre arrastrando el pie derecho hacia el otro ala de la planta. Por el sonido de los cerrojos metálicos deduce la presencia de un funcionario. Se llega hasta la zona seguido por los perros de presa del Manu. Cuando aparece el funcionario llave en mano por la esquina, ambos desaparecen. El perseguido se lanza hacia el de azul gritando:
-¡Señor funcionario, señor funcionario, me van a pinchar, quieren matarme!
El otro lo mira extrañado, observa a su alrededor y le pregunta:
-¿Quién? No veo a nadie.
El engendro mira hacia los lados, hacia atrás y vuelve su mirar al funcionario.
-Dos, dos me van a matar. Estaban allí. Yo los vi.
El de azul mueve la cabeza con gesto cansado e indica con la mano:
-Ande, baje al patio con todos y deje de dar la brasa. Ya conozco su historial. Así que no me moleste y desaparezca- y mientras termina la frase se da la vuelta y comienza a bajar por la otra escalera.
El tullido lo sigue a voz en grito.
-¡Si no me refugian o me cambian de módulo me chino aquí mismo!
Toma de su bolsillo el arma-lata y la esgrime para que el funcionario, que en ese momento detiene su bajar, lo observe.
-Deje eso inmediatamente. No me obligue a partearle.
Sin embargo el otro, acostumbrado a lograr su objetivo de manera expedita y a su estilo, eleva el brazo izquierdo mientras con el derecho lo tajea con rápidos movimientos. La sangre se le escurre en arroyos y cae en pequeñas cascadas al suelo, mientras él continua con su propia carnicería.
El funcionario con un par de zancadas salta hacia él y detiene de manera brusca su brazo armado. Con dos movimientos contundentes lo desarma. Varios internos rezagados se acercan al lugar y forman un corro alrededor de ambos. El funcionario ordena:
-¡Qué baje alguno rápido a la garita y digan a don Óscar que llame a Enfermería! Y ustedes dos, ayuden a bajar a éste. Ah, busquen al ordenanza de limpieza y que limpie este reguero de sangre.
Uno de los internos se baja disparado por la escalera mientras el funcionario y dos del corrillo se llevan al herido aferrado de las muñecas escaleras abajo. A medida que bajan el goteo de sangre va en aumento, el rastro bermellón los acompaña y desde el pasillo de la segunda planta se oyen proclamas altisonantes:
-¡Violeta hijo de puta, ya te daremos muley!
-¡Qué no te pillemos por el módulo, sarasa, so sarasa!
Todos alcanzan a escucharlo. El funcionario hace caso omiso. Los otros sonríen. Sólo el violeta gira nervioso su jeta mientras susurra al de azul:
-Quiero que me refugien, quiero que me refugien, si no me matan.
EL PATIO (4)
Entra de recién llegado al patio del 5. Lo envían desde una macrocárcel donde su vida hasta entonces era relativamente cómoda. De donde proviene, las instalaciones son nuevas, amplias y con unas comodidades más que aceptables, ah, y lo mejor de todo, también hay chicas. Pero él es F.I.E.S. , y a los F.I.E.S., ni agua; órdenes de la Dirección General de Seguridad.
Por ello lo han trasladado a este pozo infecto, a 550 kilómetros de donde se encontraba y a 200 de su casa, de su ciudad, de su familia y amigos; y sin chicas. Pero es F.I.E.S., dicen, y los F.I.E.S. se joden y callan.
Ya solo la bajada del canguro lo coloca en su sitio. Frente a él se encuentra la entrada de Ingresos, rodeada de un alto muro raído hasta sus entrañas, con las alambradas desvencijadas y corroídas por el óxido y las casetas de vigilancia elevadas sobre las esquinas de dichos muros sirviendo de hábitat a todas las aves de la región. A izquierda y derecha un extenso páramo desemboca en un pequeño y profundo valle en donde se ubica el penal.
En su día se construyó con la idea de almacenar a todo el colectivo terrorista de la península, por ello, se eligió esta zona céntrica y perdida para su ubicación, además de enfocar el diseño de la misma a un aislamiento físico y mental.
Sus primero pasos por el patio lo posicionan en su nuevo destino. Solo ha de mirar a su alrededor para percibir el personal con el que compartirá patio: delincuentillos de la región, sin gran peligro y asilvestrados, y los grandes delincuentes almacenados en este centro desde todos los puntos cardinales de la geografía española. Es de máxima seguridad, dicen. Y va a ser de máxima depresión, intuye. No se equivocará; el paso del tiempo lo aplastará en una realidad de la que no podrá abstraerse.
Se acerca al Economato. Cuando llega su turno, la cabeza del economatero aparece en la ventanuca. Los rasgos refinados y la prominencia de sus globos oculares dan a éste una imagen poco habitual en estas casas. Sin embargo, sus primeras palabras son duras como piedra de pulir:
-A ver, qué quieres, que tengo prisa.
Un sentimiento antagónico se forma en el recién llegado, no obstante, se controla y solicita su pedido con tranquilidad.
EL PATIO (5)
Comienza a caminar por el patio mientras se bebe un refresco. Enciende un cigarrillo y aspira con fruición. Por lo menos, algún placer importado de fuera nos queda, piensa mientras sigue girando. De inmediato se acercan dos y se colocan a su vera. Bebida + tabaco es sinónimo de pelas, de las que la mayoría de los aquí presentes carece.
El interrogatorio al que se ve sometido por ambos llega a un punto muerto: el ya no da más explicaciones y ellos ya no cuentan con argumentos. Sin embargo, las sanguijuelas se percatan de la veteranía del pavo en estas casas, por lo que solo aspiran a pedir lo imprescindible:
-Compi, ¿nos das un truja pá los dos?
Saca dos del paquete y ambos se despiden sonrientes. Han logrado más de lo esperado.
El siguiente paso lo lleva al comedor. Hay que buscar un lugar, tomar posición antes de la comida. Entra en el recinto y observa a su alrededor. Muchos de la zona, piensa. Entonces su mirada coincide con otra. Le sonríen. De inmediato se fija en ese espécimen extraño, que no lo mira desafiante pero mantiene la vista sobre él, sin acritud ni resentimiento.
-¿Qué buscas, un lugar para sentarte?
Al movimiento afirmativo de éste, el otro responde:
-Mira, este sitio frente a mí ha quedado libre ayer. Aún no lo ha cogido nadie, así que si lo quieres, es tuyo- le suelta con tono amable e indicando el lugar libre.
-Gracias, estoy recién llegado. Soy Sebastián- le dice mientras estira su mano.
El otro la toma, la sacude y a continuación responde:
-Yo me llamo Juan Carlos, y ya llevo año y medio en esta cloaca.
Salen juntos al patio, a intimar como es de recibo en estos lugares, pero eligiendo tú con quien deseas hacerlo. Juan Carlos se encuentra aquí por estafa. Es de la ciudad más cercana y por ello lo han trasladado a este centro. Le explica a Sebastián, que en este lugar solo encontrará lugareños con sus pequeños delitos y por otro lado, a los presos peligrosos, muchos F.I.E.S. que desean mantener aislados en este hueco.
En ese instante se descuelga Juan Carlos con las historias del patio. Durante año y medio ha vivido con estos desajustes tan habituales en el sistema penitenciario español, como es el hacer convivir en un mismo patio a un violador múltiple o a un terrorista, con un robagallinas de una aldea cercana. Y se dispara con su verborrea, quizás porque no había habido con quién y de golpe se encuentra con alguien que a la primera de cambio le inspira la confesión
EL PATIO (6)