Submitted by jorge on Mon, 23/08/2010 - 08:26
El pub se encontraba a rebosar. Eran las dos de la madrugada y el ambiente no decaía. Distintos grupos habían formado corrillos alrededor de la barra. Piernas sueltas se bamboleaban al son de la música. July, la negra cobalto, movía sus caderas, inmóvil el torso, mientras servía dos dry martini detrás de la barra. Irradiaba la dicha provocada por alcoholes y algo más. Junto a ella, Elisabeth, con los codos apoyados sobre la madera, conversaba entre risas entrecortadas con Klaus, un pirata de los negocios torcidos y teutón de sangre; era el cliente privilegiado del local por orden a su consumo.
Reinaldo, marido de Elisabeth y propietario del negocio, se encontraba inmerso en disquisiciones filosóficas de ámbito nocturno y cargadas con la espoleta del grado alcohólico. Lo absorbía como alimento intelectual uno de los grupos, el de mayores decibelios y menor equilibrio. Un estrato de humos densos navegaba por las coronillas de los más altos, manteniendo el límite de las calvas como nivel de galibo.
El volumen de la música, ya de por sí elevado, se tornó estridente cuando los oscuros dedos de la July pulsaron una tecla del equipo. Más piernas se unieron al contoneo de caderas y al desliz de suelas de zapatos. Uno de los danzantes, con un movimiento repentino, se apartó de la zona de baile improvisada y se dirigió a la barra, hasta donde estaba Elisabeth.