Submitted by jorge on Fri, 03/09/2010 - 08:17
-Todos al agua, pero en pelotica -gritaba la negra azulada con voz más ida que real.
-No entren, que la vaina está tesa. Las babillas acá son mamonudas- gritó otro, desoído por los más intrépidos.
-Los caimanes no comen carne de negro -respondió July entre las risotadas del resto.
Media docena de alocados se internaron en las aguas, en las poco profundas, por si las..., babillas. Sólo la demente chocoana se dejó flotar boca arriba, sus hermosas tetas apuntando al infinito, sus carnosos pezones enfocándolo, y su cuerpo, dejándose llevar. Así permaneció largo rato, desintoxicándose con el suave mecer del manso oleaje y los acordes musicales que llegaban amortiguados a sus oídos entre dos aguas.
Algo, sin embargo, distrajo gradualmente su deambular cósmico. Se trataba de un ligero chapoteo cercano. Primero ligero, después in crescendo. La July abandonó su horizontalidad para observar con más detenimiento el revoloteo de espuma que se había formado a corta distancia. Apenas alcanzó a ver una extremidad alargada que se hundía. El pánico se apoderó de ella. Miró a la orilla cercana. Iba a llamar la atención del grupo, cuando un cepo sin fisuras se abatió sobre su tobillo y jaló de toda ella hacia el fondo.
Antes de perder la lucidez sintió otro, no, varios cepos, idénticos al primero, aferrándose a su nalga, a su pecho, a su brazo...; dejó de sentir, de padecer, mientras la imagen de su madre se perdía en la distancia.