Submitted by jorge on Fri, 27/08/2010 - 08:29
Embarcar a una pandilla de beodos insomnes no fue tarea fácil. Una vez partieron se restableció la calma poco a poco, aunque el estado general era de vigilia y los ánimos se encontraban en pie de rumba. El equipo portátil de música y sus tonos estridentes competían con los graznidos de las aves y con la respiración brutal de la selva.
La July, embutida en un tanga menguado en telas, mantuvo el equilibrio en mitad del bote y comenzó a dar movimiento a sus caderas al son de un vallenato de Jorge Celedón. El acompañamiento de los demás no se hizo esperar, y al cabo de algunos acordes, la mitad del grupo se encontraba danzando en los diferentes cayucos. Los capitanes con dificultades que ya conocían, mantenían el pulso del remo y el equilibrio de las embarcaciones con las técnicas de sus ancestros, aceptando de buena gana los tragos obsequiados y que se mandaban sin contemplaciones al gaznate. Incluso, cuando varias de las nenas ya asediadas por los calores húmedos se deshacían de sus trapos para quedarse en peloto puro, estos no desviaron los rumbos, sí alguna mirada oblicua y cargada de hambres.
Habían transcurrido unas horas de navegación y parranda, cuando cruzando frente a un embarcadero escondido entre árboles, oyeron un silbido y un, "Roberto, vengan", gritado con voz de varón consumado. Era Eliades, vecino distante de la finca de Roberto.