Atracaron y descendieron, no sin apuros. Las damitas fueron ayudadas de mil amores por los allí congregados, con manos sudorosas y miradas retorcidas. De inmediato Eliades dio órdenes tajantes a su guachimán de confianza:
-Y que sirvan de todo y no se me olvide del trago; que no se vea miseria, carajo -susurró con un guiño cómplice y viciado.
La parranda comenzó de inmediato para algunos, continuó para el resto, junto a una gran mesa situada en el porche de una cabaña cercana al embarcadero. Mientras se iban sirviendo sin parsimonia las diferentes viandas propias de la zona, las botellas de trago de todos los colores y tamaños iban perdiendo a marchas forzadas su contenido. Sin embargo, el vistoso grupo visitante no daba tregua a sus dedos grasientos que zascandileaban de plato en plato en busca de las mejores presas culinarias. Así, y aunque el grado de alcohol había sobrepasado el de sangre en cuerpo, las mentes se fueron clarificando con ayuda del sustento sólido. Las embestidas con ánimos desviados de los oriundos a las recién llegadas fueron capoteadas por éstas con soltura y, en ocasiones, con ayuda de sus compañeros.
Al cabo de horas de desmadre en esa orgía de alimentos y alcoholes y viendo que el equilibrio entre los dos grupos perdía por momentos la mesura, Roberto dio un firme apretón de manos a Eliades y agradeció su invitación, anunciando así la partida del grupo para evitar que se hiciera de noche. La mirada vidriosa del anfitrión dejaba entrever una irritación palpable por lo que consideraba un agravio, máxime, cuando aún había sido incapaz de probar un sabroso bocado de carnes tiernas.