Submitted by jorge on Thu, 02/09/2010 - 08:08
-Alto, gritó, paren.
Habían llegado al lugar, a los charcales patrimonio de las babillas. Debían de desplazarse con precaución a fin de no soliviantarlas. Los focos toparían con dos puntos rojos a ras de agua: sus ojos. Así fueron recorriendo a marcha lenta la orilla, dirigiendo cada cual el foco a los lugares en que intuía que podría encontrar una presa. Algunos enfocaban la eternidad por encima de sus cabezas, desvariados a esas alturas de la realidad.
Alguien gritó, "allá, allá veo una vaina". Todos los demás haces de luz enfocaron un punto. Dos diminutos globos rojizos apenas sobresalían de la superficie. De inmediato resonaron varios disparos desde los vehículos. La selva devoró el estruendo y sólo un suave eco se expelió como desecho de lo digerido. Los ojillos desaparecieron. La caravana de carros continuó desplazándose, siguiendo la senda del reborde chapoteado, internándose en zona de humedales y vegetación densa. Los estallidos mantuvieron su traqueteo. La puntería de miradas ebrias evitó dar en blancos que aparecían y desaparecían como una procesión de visiones que quizá no existían.
La July, Elisabeth y otras se mamaron de ese juego de perdedores y se apearon de un salto, y que terminó con algunas de ellas y sus rabadillas incrustadas en el barro. Una carcajada general desvió el interés de la caza por la de un chapuzón que algunos advirtieron como temerario. Los vehículos pararon su marcha. Todos bajaron, botella en mano, y con el equipo de música y su maquiavélico volumen. Asentaron sus reales en los límites de la humedad, cercanos al agua, en la que algunos se zambulleron en pelota picada y a instancias de La July.