Submitted by jorge on Thu, 05/08/2010 - 08:20
Me abalancé sobre ella y caímos ambos pesos sobre un crujiente catre ya versado en batallas de a dos y degollinas de tres. Entonces, sin preámbulos, alcé lo que quedaba por descubrir, admiré de bizqueo sus resplandecientes nalgas tiznadas y penetré. Ipso facto, un estallido de luces y colores me zarandeó hasta un clímax que sobrevino con estrépito y sin anuncio previo. Retomé de inmediato mi posición vertical, la de mando y, con el pundonor afrentado por mi propio desorden, la conminé a terminar sus obligaciones de siempre.
No volvimos a cruzar palabra, ni de órdenes ni de amores desviados. Mi orgullo de semental herido apenas se sobreponía con el paso de las jornadas, máxime, cuando cazaba al vuelo alguna ojeada furtiva desde el mostrador. Ella no cejó en su afán de conquistar la plaza que a las de su condición les estaba vedada desde tiempos inmemoriales. Los monos ojiazules del otro lado de las aguas, eran presa cotizada para un ascenso desde la cabaña de tabla y fique a un mundo que solo admiraban en la gran pantalla, o paseándose con ojos de anhelo por las playas privadas del hotel Hilton del Laguito.