Submitted by jorge on Wed, 11/08/2010 - 08:27
Papá, mamá, niña, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, primas, cuñados, cuñadas y hasta vecinos conformaban el heterogéneo grupo que apenas pude acoger en la parte posterior del local. Alegaron lo suyo, yo lo mío, pero la mayoría desbordaba y oprimía. Tuve que enfundármela. Sí deseaba mantener el negocio en pie, mis carnes libres de marcas y una vida apacible en La Bella, debía inclinar la cerviz ante hechos consumados.
Dos meses después, y ante un juez que apenas entendía de apaños marrulleros, dábamos un sí, el de ella claro y audible, el mío entre ronroneos y dudas de adónde voy a ir a parar.
Durante la pachanga de aguardiente, rones bravos de caña y todas las fritangas de siglos de conocimiento, Ezequiel, el padre, se acercó a mi lado y, jincho de la perra, me soltó, entre vapores de azúcares fermentados:
- Ajá, patrón, ya me desía yo que algún día voltearíamos la vaina que nos hisieron los verriondos conquistadores. ¿Y ahora quién es el conquistaó?
Y con esas y paso torcido se acercó a su hija y la elevó de trofeo ganado.
FIN