Submitted by jorge on Mon, 19/03/2018 - 06:45
Existe en Madrid un Juzgado, en la zona norte de la capital, que más que juzgado se asemeja a una pequeña jungla, donde las mujeres denunciantes, los hombres denunciados, los abogados, los procuradores, los oficiales, los fiscales y los jueces están entremezclados en un totum revolutum, eso sin contar a los agentes de la Policía y de la Guardia Civil que entran y salen con detenidos en una aparente cadena sin fin.
Y es que el edificio, dedicado en exclusiva a los Juzgados de Violencia sobre la Mujer, se encuentra saturado desde tiempos.
Las denunciantes y los denunciados comparten pasillo, en ocasiones, separados por cordones humanos que realizan las propias familias a fin de evitar encuentros visuales, verbales o, lo que sería peor, físicos.
Los Abogados usan esos mismos pasillos de despachos, a falta de ellos, para dirimir las cuestiones con sus clientes, aunque ello suponga tener que exponer en público situaciones escabrosas de los sumarios.
Los Oficiales y los Jueces se encuentran desbordados de casos, para lo cual y durante sus interrogatorios, han de enfocar directamente la cuestión sin poder adentrarse en los preámbulos de los sucesos acaecidos y que podrían aportar un atisbo de luz a la comprensión del caso.
Se trata de un caos operativo pero poco funcional que exige un trabajo extra de las partes implicadas y que deriva, a veces, en sentencias mal desarrolladas, en defensas pobres y en reincidencias ya esperadas pero inevitables debido a una sobresaturación de trabajo e instalaciones.
A cuenta de qué el Gobierno anuncia a bombo y platillo el 016 como solución a todos los males del maltrato de género que, además “no deja huella”, si la Justicia no es capaz de modernizar sus instalaciones, sus equipos ofimáticos, ni crear nuevos puestos de profesionales que aumente la fuerza de trabajo judicial.