-Se lo merecía el mu canalla, se mereció que lo matara- soltó por lo bajini.
A medida que crecían, los churumbeles iban percatándose de la situación, pero nada podían hacer. El papa era el papa y eso, en el poblado, era cosa sagrada.
Los años pasaron, de mal en peor, hasta ese fatídico 23 de septiembre.
Era la una y media de la madrugada y un portazo la despertó.
-Dolores, ¿dónde coño está? Prepárame argo pá papear, que vengo con gusa. ¿Mas oído?
Ella se levantó, se enfundó la bata y fue hacia la cocina. Estaba agotada y sin ganas de discutir. Comenzó a batir los huevos para la tortilla mientras colocaba la pesada sartén al fuego. En ese instante entró el Pepe tambaleante.
-A ver, disme, ¿qué has hecho hoy mientras yo currelaba, eh?
-Déjame tranquila, que te estoy preparando la cena- respondió dándole la espalda.
-Zorra, maj que zorra, ¿a qué juiste a la tienda de la esquina a ver al Paco? Te voy a dar muley, so lumiasca.
No terminó de escupir la retahíla de insultos cuando, mano en alto, descargó un sonoro bofetón en la mejilla derecha de Dolores. El cuerpo de ella, de espaldas al del su agresor, tambaleó hacía la izquierda, golpeándose la cabeza con el canto del armario de los platos. Se rehizo con torpeza, al tiempo que agarraba la sartén y, girando en redondo, golpeaba de plano la cara de Pepe. .