Desde ese mismo instante, los tres hermanos dieron las órdenes oportunas y desperdigaron a sus ratas de alcantarilla por todos las esquinas de Medallo en busca de los integrantes del clan del Tuerto, a la caza y captura de alguno de ellos al que sonsacar la información como solo ellos sabían extraer a la gente, por las buenas o por las buenas, es decir, a la machimberra, a las bravas.

Patricia apenas sentía su cabeza. El dolor que le llegaba desde el tabique nasal era insufrible. Por otro lado, su zona genital abrasaba como si estuviera expuesta a unas brasas al rojo. No era consciente de las veces que había sido violentada y por cuantos, pero lo que si deducía con meridiana claridad era que lo había sido en varias ocasiones y en el plano de un salvajismo propio de beodos. Palpó sus partes, deslizando la mano entre las ropas que se había echado encima. Llevaba un par de horas postrada en esa posición y hasta el momento no había tomado la determinación de moverse, de tocar sus zonas doloridas. 

A su cara no tuvo acceso, tanto era el tormento que le causaba deslizar sus dedos por la parte inflamada, la zona nasal y mejillas. Pero presentía que la hinchazón era mayúscula, guiada por la vista que dejaba entrever una extremidad descomunal.

Se enderezó y volvió a colocarse las ropas, con la dificultad y velocidad de un boxeador noqueado. No se pudo tener en pie. Se tumbó de nuevo, exhalando el camastro su crujido característico. Sentía todo el cuerpo dolorido y el alma turbia y sucia.