Comenzó a llorar en silencio, sin apenas mover sus extremidades. Sus pensamientos volaron de nuevo a su hogar, a su familia, el único cobijo de pureza que se mantenía incólume en sus putrefactas sensaciones. Y con este viaje onírico al escape, se adormiló en un duermevela característico de los momentos críticos.
Al cabo de varias horas de una intranquilidad somnolienta, escuchó el estruendo de carros llegando, pasos en movimiento, y por fin, la puerta de entrada al lugar abriéndose de manera grosera, estruendosa. Miró hacia el ventano y perfiló los primeros haces de amanecida surcar el gran azul, sin nubes aparentes a primera vista. Serán las seis de la mañana. Parece que han pasado días desde la noche de nuestro secuestro y apenitas han sido media docena de horas o algo parecido, pensaba la colombiana mientras aguzaba el oído en tensión.
Paz también se estremeció cuando escuchó la llegada del combo. Las últimas horas habían sido un limbo fantasioso en el que no situaba su realidad. Estoy soñando o estoy despierta, y lo peor, ¿dónde coño estoy?, se preguntaba de continuo a medida que despertaba para acto seguido, y después de plantearse todas esta cuestiones y no encontrar una respuesta satisfactoria a sus dudas, volver a retomar su particular duermevela. Además, había escuchado ruidos extraños en la habitación contigua a ratos desiguales, sonidos que por desconocidos y carentes de gritos y llamadas de auxilio no le angustiaron. No obstante, la incomunicación existente con su amiga Pati le incomodaba, hasta preocupaba, ya que presentía por ese halo de nigromante que cargan todas las mujeres, que ambas se encontraban en la situación actual debido a la colombiana, a su marido o a la familia de éste; temía por ella más que por si misma.