Crecieron en años, en territorio y en…problemas. Así, Venancio, el mediano y ya de dieciséis años, provocó una tarde de copas y chicas un altercado en un billar de la zona y con un menda de más edad y envergadura que él. Pero Venancio cargaba una pipa, a pesar de que su hermano se lo tenía prohibido: la pipa solo en casos de urgencia, si no, la dejas en la keli, le había dicho. Él, en cambio, la usaba de siempre.
El Venan jugaba junto a dos de sus amigotes una partida de billar, cuando entraron dos pibes en compañía de otras dos, que además estaban de lo más buenas, como pensaron todos a una los jugadores. Siguieron, no obstante, con su partida y sus birras, sin desperdiciar ningún escorzo para lanzar ávidas miradas a las zonas erógenas de las nenas. Y así, después de innumerables lances y otros tantos devaneos, los ánimos por parte de los pibes acompañantes se caldeó, hasta que uno de ellos se acerco al Venan con un movimiento pendular de hombros francamente amenazante.
-¿Qué pasa contigo, compa? ¿Es que acaso te mola mi piba?
Venancio, reclinado sobre el tapete de juego y listo para golpear la bola, elevó la mirada de soslayo y sin moverse del lugar respondió:
-Pues... está buena tu churri. Y si no sabes aguantar que te la miren, búscate alguna que no esté maciza y punto.
El pibe reaccionó como todo hijo de vecino. Agarró el hombro escuchimizado del Venancio y lo apartó con brusquedad. A punto estuvo éste de perder el equilibrio. Se repuso apoyándose sobre la mesa mientras su diestra se desplazó rauda a la espalda. En un santiamén había agarrado el fierro y tenía encañonado a su atacante. La tonalidad de éste pasó del rosado encendido a un blanco mortecino, pero se recompuso ante la cara imberbe de su oponente y su esmirriado esqueleto.