El Don elevó la diestra paralizando de inmediato dicho festejo.
-Bien, si tienen un plan organizado y todo alistado para caerles, expónganlo de una y veremos los pros y los contras de esa operación.
Todos se sentaron alrededor de la gran mesa de concilios, y entre los tres hermanos, y con la ayuda de Róbinson, informaron con toda suerte de detalles de la operación de comandos que tanto tiempo les había llevado proyectar.
Al finalizar la tarde tuvieron que dar por terminado el parlamento ante la tremenda borrachera que ahí se había formado. El plan había sido aprobado horas antes por el Don, después de estudiar la estrategia y analizar sus pormenores. Desde ese instante en adelante, la tomadera de trago y la comedera de marrano fue ininterrumpida, hasta que la doña de la casa dijo, ¡basta!, y ordenó plegarse a todos los integrantes del grupo incluido el marido.
A los dos días, una centena de hombres armados para la guerra se dispersaron por toda la ciudad y algunos puntos de la provincia. La mayoría en comandos de a dos, otros en comandos de a cuatro, y uno especial, comandado por el mismo Róbinson, con doce hombres a su cargo y con la meta clara de acabar con el Tuerto y toda su prole.
A fin de evitar los avisos entre ellos y para que la ofensiva fuera sorpresiva y relampagueante, la hora de ataque se fijó para la 5 am., apenas cuando las primeras claridades despuntaban por el este, pero no lo suficiente como para poder reflejar los cuerpos atacantes.