-Para amenazar con un fusco hay que tener los cojones de usarlo, ¡maricón!
Lo siguiente que ocurrió en ese local se pierde en la confusión de cada uno. Unos cuentan que el Venancio le descerrajó un tiro en el estómago. Otros que ambos se enzarzaron en un juego de manos que acabó disparando el revólver e hiriendo mortalmente al otro. Algunos habían perdido la memoria en un colapso general de angustia. El caso es que el menda en cuestión fue atendido de urgencias a una llamada del Samur y trasladado, aún vivo, al hospital Doce de Octubre. Llegó fiambre, según se supo más tarde. A Venancio se lo llevaron detenido. Antes, los maderos tomaron declaración a algunos testigos, aunque la mayoría parecía que sufrían amnesia. Los del barrio se cuidaron de involucrar al hermano del Jefe en un asunto tan turbio.
Lo primero que hizo Robustiano fue acudir a uno de esos tinterillos marrulleros que mantenía en nómina para cuando alguno de sus protegidos se descarriaba o era pillado in fraganti con sustancias de consumo prohibido. Como bien le indicó el tinterillo, y a sabiendas de quién se trataba en este caso y lo grave de la situación, era recomendable hacerse con los servicios de un primer espada del derecho penal; él apenas se hacía cargo de las detenciones de poca monta y similares. Entabló contacto para ello con el despacho del penalista de Bremondez, un Robin Hood de la abogacía que defendía, en muchos casos desinteresadamente, al lumperío sin recursos. Había entablado hacía años una encarnizada lucha contra las mafias policiales y todo lo que ellas desprendían de podredumbre. Éste fue el motivo de que recibiera continuas amenazas y sustos de muerte en lugares y momentos inesperados. Sin embargo, no desistió en su empeño de defender los casos desahuciados por otros y de no abandonar a ninguna mula indefensa a las tramoyas de una justicia anquilosada.