Los otros tres cruzaron sus miradas y sonrieron.
-Nada hombre, la nueva piba del Robus, así que cuidadín con entrarle. Bueno. La nueva que él pretende que sea –respondió con expresión de coña el Jaime.
-Joder, pues ya podíais haber avisado. Le entré y ya casi la tenía lista. Hay que joderse lo que hace tener parné.
Mientras los cuatro departían en el despacho, Juan, con un gran mosqueo y los otros de cachondeo, Robustiano se había acercado hasta la máquina donde, recostada, la niña seguía con sus ejercicios. Tímido, se dirigió a ella.
-Hola, ¿te estaban molestando? –preguntó con un tono afectado.
La chica giró su cabeza a ambos lados y con expresión de intriga respondió:
-¿A mí? Qué va. A mí no me molesta nadie que no quiera yo que me moleste. Y tú qué: ¿vas de Robin Hu? -le inquirió con sorna.
Robustiano enrojeció. No sabía cómo reaccionar ante ese miura. Frente a cualquier menda no se amedrentaba; se manejaba como pez en el agua. Frente a las guarris discotequeras, el intercambio de ideas y los pasos a seguir eran fácilmente previsibles, pero ante esta mujer se encontraba como un beodo. Ni siquiera era capaz de articular varias palabras con sentido. Trastabillaba y se sentía superado.