Trató de encauzar el derrotero de su conversación.
-No, es que sentí que te molestaban y traté de...
-¿Molestarme? Creo que tienes alucinaciones, chico. Un tío que tiraba pesas a mi lado se enrolló, pero de buen rollito. Nada que yo no pueda controlar. Y tú, ¿de qué vas? ¿También tiras peso? –le dijo mientras lo miraba de arriba abajo como tratando de constatar que así era.
-Bueno, yo, sí, tiro algo de peso –contestó y quedó unos segundos en silencio, maquinando una nueva cuestión-. Tú tiras demasiado para... bueno... que...
-Lo que quieres decir es que tiro demasiado para ser mujer, ¿verdad? No te preocupes, estoy acostumbrada a que me lo digan –le contestó y esta vez con una sonrisa más dulce.
-Bueno, sí, ésa era mi intención. Si quieres, mi encargado te puede preparar una buena tabla. Lo digo por lo de las lesiones –terminó conteniendo el aire por si volvía a cortarle la conversación.
De nuevo ella lo miró de arriba abajo, calibrando con su mirar las posibilidades de una realidad que no veía clara.
-¿Tu empleado? ¿Acaso el gimnasio es tuyo? –le soltó con un tono de sana duda más que de interrogativa ambición.
-Pues sí, mío y de Jaime, un chico que verás merodear de vez en cuando por la sala. Por eso te digo: cuando necesites algo y yo no esté, preguntas por él. Ya lo pondré yo al tanto.