Submitted by jorge on Wed, 25/03/2009 - 08:16
Él no se percató de ello, elevado como se encontraba mientras penetraba en un vaivén inmisericorde las carnes tersas de ella. Cuando sintió llegar la inmensidad, bramó sin compasión acelerando los envites, lo que produjo un nuevo éxtasis en la hembra, cuyas extremidades superiores no soportaron el esfuerzo, sucumbiendo y dejando caer suavemente su cuerpo sobre la camilla. Él le desanudó los pies de las anillas, descargándolos con extremo cuidado sobre el suelo. Después se colocó de hinojos frente al cuerpo derrotado y lamió los flujos que se escurrían de los pliegues de su vagina con la cautela de no rozar su clítoris aún sensible. Relamiendo lo ya lamido permaneció el tiempo justo para encender de nuevo su maquinaría. Cuando ya la sintió en ebullición, atacó directo con su lengua, afilada, el endurecido montículo. Tres, cuatro movimientos circulares provocaron de nuevo una explosión de la mujer. Una vez recuperada de toda esa cocción de caldos internos, se enderezó y, sentada sobre la camilla, tomó el miembro de él y lo puso convulso a fuerza de músculos.
A los tres meses se casaron.
Un steak tartare llamado Jaime