Surgió por una de esas casualidades tan habituales en estas casas. En el módulo 2 se hospedaba el pájaro residente en la plaza Elíptica que dejó a deber unos kilillos a los Florida: por su causa, Robustiano había sido herido en la reyerta sin haber cobrado la deuda ni haber podido sentar un precedente para los futuros deudores remolones. Pero la vida da vueltas, muchas vueltas, y al tipo en cuestión lo trincó la pasma con un fusco y, en el posterior registro de su casa, esa de la plaza Elíptica, salieron a relucir una docena de kilos de polvo blanco y unos cuantos millones en billetes grandes. Para dentro, dijo la Ley. Con tan mala fortuna, que vino a dar al mismo hotelillo que el Robus. Y fue precisamente su compañero de celda quien, después de oír el relato de la batalla campal que éste y su gente mantuvieron con los Florida, fue con el cuento al Robustiano a cambio de una papelina. Éste se la entregó gustoso, relamiéndose por una venganza tan esperada.
Aguardó con paciencia el momento adecuado. No podía entrar en el módulo 2 a ajustar cuentas como quien va a visitar a un compi, por lo que tendría que aprovechar alguna salida general de varios módulos para acercarse al elemento en cuestión que, además de todo, no sospechaba haber sido destapado. Y el momento llegó una tarde de cine, donde se congregaron tres módulos, entre ellos el 2 y el 4, el nuestro.
Robustiano negoció con Pablo una cantidad considerable que entregarían a su familia en el exterior. A cambio, Pablo, se haría con un pincho en condiciones y, a la señal de Robustiano, ajustaría las cuentas al escualo de la Elíptica. Pablo estuvo de acuerdo; uno más en su palmarés bruñiría con mayor esplendor en los ambientes de esta casa y de la calle, amén del dinero que recibiría su familia y que guardarían a su salida. Se hizo con un pincho hábilmente confeccionado por un compañero. De unos veinticinco centímetros de hoja, el mango y la funda realizados en madera se habían recubierto de cuero. Tres papelas de caballo cerraron el trato. Y con esa arma mortal encaletada en la bota, nos dirigimos todos nosotros al espectáculo... del cine.