Emprendió la primera actuación contra sus dos socios en una operación rapacera junto a su hermano y cuatro integrantes de su primera pandilla de barrio. Fingiendo conciliar pareceres entre los tres, convino con ellos en reunirse en un lugar público, a la vista del respetable y a plena luz solar. Y para ello eligió la cafetería de Torres, en la calle de Alcalá, con ventanales amplios al exterior y puertas a dos calles.
Llegó con la tardanza ajustada a una primera observación del lugar de encuentro y a la llegada de los socios y sus gorilas. Una vez localizados los dos guardaespaldas a puerta de calle, se presentó junto a su hermano y dirigieron sus pasos a la barra, donde se encontraban a la espera los socios. A un tiro de piedra del lugar agazapados tras una esquina, los cuatro guachimanes de Robustiano esperaban los diez minutos convenidos para entrar en acción. Transcurrido el tiempo fijado, dos dirigieron sus pasos fugaces y entre el tráfico hacia los vigilantes de la puerta. Los otros dos se abrieron en abanico para entrar desde ambas puertas al local.
Conversaba el grupito en la barra, y en apariencia distendido, cuando una tremenda refriega de balas y estallidos inundó el local y las afueras del mismo. Robustiano y su hermano apenas reaccionaron tirándose al suelo, mientras los cuerpos de los dos socios se desplomaban como sacos de patatas sobre ellos, reventados. Cuando al fin pudieron enderezarse y dirigirse rápidamente a la salida entre el barullo de gritos y cristales rotos, observaron cómo los gorilas de la puerta habían sido eliminados de idéntica manera y cuatro sombras fugaces desaparecían entre el tráfico y una muchedumbre histérica y confusa.