Mientras ascendían en ascensor a la última planta, Paz decidió por fin intervenir, susurrando con voz afilada y estirando las palabras a fin de que su retoño nada apreciara.
-Adónde coño nos has traído, Robus. ¿Qué lugar es este?
Robustiano, sin poder contener la risa, respondió a sabiendas que el enojo ascendía de temperatura en su mujer.
-Ni zorra, churri. Te lo juro que no tengo ni puta idea de qué va este hotel. Bueno, el Joao me comentó cuando hablé con él desde Madrid, que nos podíamos quedar el tiempo que nos diera la gana en un hotel que él utilizaba para sus clientes. Que nos daría una “suis”, pero que no me preocupara de la clientela que pasaba por él. Y no me preocupa. Joder, no me mola que el niño vea tanta tía buena rondando por…
-¡Pero qué tía buena, ni qué tía buena! Pero qué gil eres, Robus. No te has pispado que estas no son tías buenas, ni siquiera lumis, son travelos, sí, travelos y los mierdas que van con ellas, con ellos, bueno, qué coño, lo que sean, esos mierdas son sus clientes. Que nos has metido al niño y a mí en un hotel de travelos, peor que un puticlu. Y a ver ahora qué coño vas a hacer, porque si piensas que el niño y yo vamos a quedarnos en este antro durante meses, por mucha suite que tengamos, lo llevas crudo –soltó sin levantar el tono pero marcando con claridad las consonantes, y que decir de las vocales.
Ya iban caminando por el pasillo en dirección a la habitación mientras el Boss pensaba con rapidez. Si alguien podía amedrentarlo, esa era Paz: de pocas palabras, pero dura como el granito.