El Robus analizó con lógica madura que en el enfrentamiento no residía la solución del problema, sino muy al contrario. Por ello colocó a uno de sus niños de teta a vigilar al gran escualo y a sus rémoras, sus pasos y vaivenes. Así descubrió dónde se proveía el pavo en cuestión y decidió actuar en consecuencia.
Se presentó una noche con su triste figurilla frente a la entrada de un bar de copas. El portero paró de golpe su caminar.
-¿Adónde crees que vas, renacuajo? -preguntó mientras su brazo extendido mantenía a raya y sin esfuerzo al niño.
-Quiero ver al jefe.
El otro rió con sorna.
-¿Y tú quién coño eres para que el jefe te quiera recibir?
El niño sacó pecho y respondió sin pensarlo:
-Soy Robustiano, el de la avenida de los Toreros, y vengo a hablar de negocios.
El Puerta no creía lo que oía y se desternilló de risa.
-Pero, monigote, ¿tú de qué negocios puedes hablar con el jefe?
-Dígale, dígale al jefe que el Robus quiere hablar con él de negocios y... que yo soy el socio del Beto.
Intuía que se la estaba jugando. Había dado el nombre del "Grande" de la zona, del escualo al que quería desbancar, al que en ocasiones compraba la mercancía a través de un tercero, el que le cortaría las pelotas si se enteraba de este intento de puenteo. Se la tenía que jugar; o él o yo, pensó.
El otro lo fulminó con la mirada, pero dio media vuelta para internarse en el club.