Patricia se enderezó con expresión triunfante.
-Seis meses, mijita, seis meses hacemos el martes.
-O sea, que bastante antes de que nosotros llegáramos y yo sin enterarme. Pero…,¿y cuándo os veis, si sueles estar en casa, sales conmigo de compras o haces recados?
-Pues cuando digo que voy a almorzar con alguna amiga, o cuento que voy a las onces, perdón, como ustedes dicen, a merendar, a casa de otra. Nada, unas cuantas veces a la semana –respondió con un tono orgulloso la colombiana.
Ambas se miraron y sonrieron. La verdad que a Paz, la mujer de Simón y su carácter alegre y desenfadado le agradaba y, además, existía una buena sintonía entre ambas. Volvió a mirar en dirección a la esquina y se percató de que el man la sonreía. No, la verdad, no está nada mal el tipo, pensó.
-Pero, Patricia, es que nunca le he puesto lo cachos a Robus, en la vida.
Patricia dejó de pedalear de la risotada que le sobrevino. Apoyó su cabeza sobre el manillar de la estática y la balanceaba demostrando incredulidad.
-No me joda, mija, no me diga que en.., ¿cuántos años de matrimonio me dijo?, ¿ocho?, bueno, ¿que en ocho años de casada nunca ha estado con otro hombre? No se lo creo. Usted no es de este mundo, con los manes tan papasotes que hay. Además, qué cree usted, ¿qué el Robus no se ha ido nunca con otra? No, mija, despierte, que la vida pasa volando y esta berraquera de cuerpo que ahora tenemos no dura eternamente y yo…