-Padre, hermanos, les recuerdo que queda una última maricada pendiente, pero que debemos aclarar de una vez por todas. Sabéis que el chapetón que vive en mi casa, el Robus, fue uno de nuestros mejores clientes en España hasta que comenzó con sus problemitas, primero con los antiguos socios y después con la Ley. Perdió una pata en toda esta ventolera y si aún vive, es porque mi Diosito es grande. El caso es que huyó con su familia a Brasil y ahora lo tengo encaletado en casa, como ustedes ya saben. Lo he dejado, durante un tiempito, que meta sus narices en las empresas y que aprenda el oficio, ya que perdió a su gente sana, a su abogado y todos los que le llevaban los negocios. Pero el berriondo quiere conocer también los detalles del bisinis de la perica, desde su producción hasta el encalete; el resto ya lo maneja él. Tenemos que decidir, ya que yo en un principio me opuse, si le permitimos entrar en nuestra estructura para conocer toda la vaina desde abajo. Bueno, ustedes dirán y nuestro padre decidirá –terminó de disertar el Mono.
Los hermanos se pusieron a largar al tiempo, entrecruzándose opiniones de todo tipo. El viejo callaba, apoyando su barbilla sobre el ajado bastón. Cuando la algarabía con trasfondo aguardientero alcanzaba cuotas de Torre de Babel valluna, el anciano dio dos golpes rotundos con su báculo ya deslucido sobre el maderamen del suelo.