-¡A mi casa, carajo!
Y entonces Paz, la introvertida, la huraña, la silente, la cerrada, la solitaria, reaccionó de tripas para fuera, y sin pensarlo ni tener conocimiento de si lo deseaba o no, expresó:
-¡Ni de coña, me voy a casa!
Hubo un rápido intercambio de miradas. Miguel Eduardo, ya encendido por sus excursiones manuales a los confines de los muslos de Paz, no pudo reprimir su desazón:
-Pero, mija, si hace un ratico estábamos de lo más bien y usted…
-Tú lo has dicho, hace un rato, pero me arrepentí. No quiero líos, ni problemas. Además, no estoy preparada para este rollo. Sí, me gustas, Miguel Eduardo, pero estoy casada y nunca he estado con otro hombre desde entonces. Lo siento –terminó la española de justificarse de manera expeditiva.
Patricia reaccionó de inmediato.
-Pues si se va mi amiga, yo también. Hemos de llegar junticas a casa. Lo siento, chicos, pero tú, Cesitar, no te agobies, mijo, qui en esta semana nos vemos. Ahora llévenos al gimnasio a recoger el carro.