El niño empalideció, pero controló su nerviosismo.
-¿Te has enterao, pringao? Bien, ahora que las cosas están claras, dime qué me ofreces, a ver lo bueno que eres.
El chico respiró hondo. Habló:
-Yo, yo... sé por mis chicos lo que mueve el Beto y a qué precio y además… también sé que casi todo se lo deja usted fiado. Yo con mis muchachos puedo vender el doble que él y pago la mitad al contado. Pruébeme y verá.
De detrás de la mesa brotó una risa.
-Tienes cojones, niño, tienes cojones. ¿Y qué te hace pensar que voy a cambiar a un distribuidor serio, conocido y pagador, por un niñato como tú, que no conozco y que en caso de que no pague tendré que mandar romperle las piernas? Ahora duermo tranquilo, cobro y vivo de puta madre.
No se amilanó el niño ahora que había roto la barrera inicial.
-Pruébeme durante un mes y, si no le resulta, le pago y se olvida de mí.
Los ojillos quedaron inmóviles sobre los suyos. Le escudriñaban las entrañas con la mirada. El joven no lo soportó y apartó la vista.
-Me has convencío, chico, me has convencío y en especial por dos motivos: tienes razón. Beto ya no es el mismo de antes; se ha apoltronao y engorda con la buena vida. Además, tarda en pagar. Segundo: necesito sangre nueva en mi organización y, siendo joven como eres, quizás demasiao, tienes futuro en este negocio. Y hay una cosa más: si no te la vendo yo, la buscarás por otro lao, Beto terminará entrando en guerra contigo, y yo tendré que apoyarlo para salvaguardar mis intereses. ¿Me has entendío?
El chico asintió.
*Con este post voy a dejar por unos días la historia de "los Florida" para adentrarnos en otro relato taleguero. Nos os impacientéis, que pronto continuaremos con nuestros amigos "los Florida".