Submitted by jorge on Wed, 17/11/2010 - 07:10
Con el trascurrir de las horas, las voces fueron alterando su diapasón y sus maneras derivando en incongruencias cada vez más notables. En eso escucharon el tono del mandamás interrumpir el jolgorio.
-A ver, gonorreas, tranquilícensen que se acabó la rumba. Jairo Alfonso y Edgar se me quedan esta noche de vigilancia corrida. Y ya les aviso, qué si algo les ocurre a las hembras, están jodidos. Ya saben cómo castiga el Patrón las cagadas. Y los demás..., nos fuimos, parceros. Mañanita temprano les enviamos el relevo.
Y con eso salió el bullicio de la casa, escuchándose acto seguido el arranque de un par de motores y el patinazo de llantas y gravilla. El silencio invadió el lugar; tan solo un par de voces y de tono sostenido surcaban el ambiente.
Pasó el tiempo, pausado, apenas un par de horas. Ellas se mantenían en esa vigilia forzada por los acontecimientos, cuando Patricia escuchó un ronroneo verbal proveniente de la sala. Se trataba de los dos vigilantes, que después de la partida de sus compañeros habían dado continuidad a la parranda, aunque fuera de a dos. Pero las formas del parlamento que llevaban a cabo en esos momentos había variado, y Patricia, extrañada, presto mayor atención.
Acto seguido la puerta se abrió de manera sutil. Dos cabezas jóvenes asomaron por el quicio. En la penumbra observó sus ojos hambrientos, desorbitados, lujuriosos.
-¿Qué es la vaina con ustedes?, ¿qué buscan, chinitos? -inquirió susurrando.