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LOS FLORIDA 96

Un crac, crac, rotundo, dio a entender que el tabique había vuelto a su posición original, pero la proyección del cuerpo de la colombiana a las alturas fue proporcional al dolor que la embargó y devolvió a la conciencia. A duras penas pudieron controlarla, mantener su boca tapada y evitar el rugido que expelieron sus entrañas. Cuando después de unos instantes de forcejeo ella tomó conocimiento de la realidad circundante y propia, comenzó a llorar de dolor, tristeza y temor. Entonces, el man que mantenía aferrada su cabeza y boca, le susurró al oído.

-Mire, triplehijueputa, si cuando llegue el jefe y nuestros compañeros les dice algo de lo que acá ha pasado, la jodemos, la venimos a quebrar en el momentico que podamos. Para todos, usted trató de corritearnos y volarse cuando entramos en la pieza, y nos dio de trompadas, y por eso la golpiamos. ¿Se nos ha enterado?, ¿va a decir esa vaina?, ¿o la quebramos de una y si acabó? ¿Dígame, mija?

Patricia, aún convaleciente por la perdida de conocimiento, por la rotura de su nariz, y por la violación que estaba percibiendo en esos momentos en sus entrañas, asintió espantada de poder ser de nuevo objeto de los desafueros de esas bestias.

-Sí…, sniff, sí, diré que…, fue mi culpa…, ayyy.., que traté de volarme…, se lo juro, pero por favor…, no me jodan más, por favor…, déjenme…, ayyyy –terminó de suplicar entre lamentos, lágrimas y mucosidades sangrantes.

Ambos se miraron, asintieron y abandonaron el lugar, dejando a sus espaldas un cuerpo retorciéndose de dolor y pena, y que buscaba desesperadamente su ropa a fin de taparse sus vergüenzas, sus carnes mancilladas; deseaba lavarse, ducharse, rasgarse la piel con un estropajo, eliminar el olor a animal, a semen, a podredumbre. Había perdido el honor, la dignidad. Se sentía como una basura, un desperdicio que la sociedad, su familia, su esposo e hijos, no aceptarían de nuevo.

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