Submitted by jorge on Tue, 08/05/2012 - 09:18
No es tarea complicada vincularse a los veinte años a un comando terrorista y colocar bombas o apretar el gatillo.
No, no lo es: la juventud, los supuestos ideales, el paro, la falta de perspectivas, y en especial, esa fuerza interior que acumulan los jóvenes, propician, en ciertos medios y situaciones, este tipo de posicionamientos.
Hasta que te detienen, te juzgan y te condenan a más años de los que puedas contar con los dedos de las manos y de los pies. ¡Que les den!, respondes durante el juicio, ¡que os den!, sigues despotricando cuando entras en prisión, viéndote amparado por tu organización que todo lo puede, que todo lo proporciona, y que tanto amparo te da, sin olvidar a los compis de encierro de la banda, que nunca te abandonan, que siempre te arropan... y que decir de la familia, que llega todos los meses a comunicar, estés donde estés.
Pero pasan los años; tú envejeces, no disfrutas de esa juventud que se te escapa entre los barrotes, mientras los tuyos siguen viviendo el día a día del caserio, del barrio, de la taberna, y tú, pudriéndote en vida, perdiendo la intensidad de esa etapa que lentamente se convierte en madurez.
Mientras, la organización se debilita, la lucha armada deja de tener razón de ser, la democracia se apodera de tu tierra, los jóvenes que aparecen son imberbes, sin experiencia, sin los conocimientos apropiados, y tú y el resto, los de la ya casi vieja guardia, seguís entalegados, sin ver un horizonte claro. Hasta que uno a uno de vosotros, y tentados por el caramelo de un posible acuerdo, vais cediendo, renegando de lo que fuisteis, de vuestros grandes errores, de vuestras tremendas matanzas...
Y así saldreís en libertad, después de décadas de encierro, por goteo y olvidando lo que fuisteis para vivir lo que os queda con lo que sois.
http://politica.elpais.com/politica/2012/05/07/actualidad/1336394480_494111.html