Consultó el problema, esbozó su plan y asoció resultados a partes iguales a la consecución del proyecto: él tendría que dejar a su segunda mujer, a todos los churumbeles y crear un nuevo hogar junto a ella y su descendencia. La mulata aceptó y aseguró resultados positivos. Una foto de él, un mechón de su cabello, a ser posible su semen, unas velas y alfileres, eran los objetos indispensables para cocinar este tremendo guiso diabólico.
Al poco, se manifestaron los primeros resultados. Tibios al comienzo, con el pasar del tiempo fueron en aumento. Ella percibió jubilosa los ataques de su adrenalina, en especial, a altas horas de la noche y cuando, entre sábanas, maquinaba los siguientes pasos de su guerra de guerrillas.
Hasta recibió una llamada de la otra con la excusa de llevar a merendar a todos los chiquillos. Y mientras éstos correteaban por los pasillos de la cafetería, la otra, entre sollozos, le confesó que su marido se le iba escurriendo por la cañería de la felicidad, que donde antes hubo poco quedaba y que temía que todo desaguara en el torrente de las aguas sin retorno. Ella la consoló con lágrimas compartidas: las de ella, de cocodrilo; las de la otra, de desolada Julieta.
Sin embargo, los meses pasaban y él no tomaba ninguna decisión. La bolsa de la opulencia y del cómodo vivir la controlaba su mujer. En cambio esta otra..., sí, mucho amor, sexo sin límites, pero de recursos...escasa. Y él, ante todo, era cobarde por naturaleza, vago por educación.
Ella espoleó sin vergüenza a su socia en las malas artes.
-Redobla tus esfuerzos, clávale más alfileres a su foto, escúpele todo el humo del habano, pero doblégalo, hunde su personalidad hasta que me suplique de rodillas que sea su esposa. Haz lo que haga falta. Tú también estás en el negocio.