Los vagos, drogadictos y los liantes se quedan en el módulo a ver que aparece. Todo depende también de la cárcel, ya que las modernas cuentan de por sí con un taller, una escuela, un gimnasio y unas duchas dentro del patio que se pueden utilizar, además de las actividades externas. En las menos modernas y antiguas, las actividades en el módulo apenas existen, salvo algún deporte improvisado en el patio –frontón, básquet, fulbito, tenis de mesa o voleibol- y algunas clases impartidas por un profesor valiente.
Los que se quedan en el módulo tienen su mañana organizada. Los drogatas o los dedicados a la distribución de la materia prima para aquellos, comienzan de buena mañana a lanzar las pilas intermodulares a fin de cerrar alguna operación en el comercio aéreo de estupefacientes. Los vagos, a caminar sin ton ni son por el patio o a organizar sus partidas de juegos de azar, y los liantes, a merodear por cualquier esquina en busca de algo que ni ellos mismos tienen claro; el caso es liarla de una manera u otra.
Además de los lugares ya comentados y de uso común en el patio –gimnasio, aula, taller, etc.-, existen dos puntos calientes pero inevitables para todos los reclusos: el tigre y las duchas, éstas últimas necesarias en todos los centros construidos con anterioridad a los años 90 y que carecen de duchas en los chabolos.
El tigre es inevitable, porque a cualquier hijo de vecino le entran ganas de hacer sus necesidades a alguna hora del día. Las duchas son más evitables, ya que te encuentras con guarros que ni siquiera se duchan de pascuas a ramos, y solo, cuando su rastro apestoso llega hasta el sistema olfativo de los funcionarios, estos los obligan a ducharse bajo amenaza de sanción.