NANO, EL PREVENTIVO (1)
El canguro disminuye la marcha. Cruza el portón de entrada al centro bajo la atenta mirada de los funcionarios. Gira en el módulo de ingresos y frena en seco frente a la puerta.
Los presos comienzan a bajar en orden. De la barriga del autobús sacan sus petates, uno por barba, sin importar las dimensiones del mismo. Toda una vida penitenciaria en un petate. El que no puede con el suyo siempre encuentra un compi que le ayuda a bajarlo.
Después de pasar por huellas, fotos y el control de entrada, el grupo de funcionarios, enguantados, esperan a los recién llegados en una sala.
- A ver, abran sus pertenencias, y apártense.
Registran con ahínco. Algunos objetos son dejados de lado; no pueden entrar y eso, a pesar de que todos llegan de otros Centros Penitenciarios. Cada casa tiene sus leyes.
- Y ahora todos, a quitarse la ropa y se colocan aquí.
- ¿Toda la ropa?- pregunto aún despistado.
- Toda, también los gayumbos– ordena tajante el de azul.
- Perdone señor funcionario, a mí nunca me han hecho el cacheo integral y eso no es legal porque...
- Sí es legal o no, no es asunto mío. Recurra al Juez de Vigilancia Penitenciaria, y ahora, desnúdese.
Comienzo dubitativo a empelotarme. Ya desnudo, me tapo mis partes con las palmas, entonces me obligan a acuclillarme.
Joder, pienso, y ahora qué...
NANO, EL PREVENTIVO (2)
No, no pasa nada. Auscultan mis bajos con mirada de lince y me dan el visto bueno con un movimiento de cabeza que más parece un tic de lo repetitivo de la expresión.
A la espera de ser enviado al módulo, me depositan en una celda llamada el Cangrejo, la única vacía; me extraña el mote del lugar que con el tiempo me explicarían. Se trata de una pequeña celda con un camastro metálico con sujeciones a los extremos. Ahí esposan a los internos reboleras de pies y manos y les dan hasta decir basta; pero no termina ahí la psicológica y menos la física. No. La puerta de chapa similar a las de las celdas tiene un enrejado interior con cierre independiente y de un grosor de barrote similar al animal de cualquier boy de porno star; pone los pelos de punta. El que entra a ese lugar de unas maneras, sale con el chip cambiado y el cuerpo marcado; de eso no me cabe la menor duda.
Permanezco dos días en Ingresos. El médico, el educador y el asistente social me auscultan, interrogan y descubren mis entrañas e intimidades para, acto seguido, destinarme al módulo 3.
Qué sorpresa me depara el modulito de las narices. Y eso sin contar que después del módulo de Destinos es el más tranquilo. Tranquilo, tranquilo, lo es, pero menudo ganado pastoreado desde las demás regiones.
Lo primero que me encuentro parece sacado de la casa de los Monster.
NANO, EL PREVENTIVO (3)
Es alto, por encima de los dos metros y calza un 50, y me espera al cruzar las rejas de entrada al lugar. De cuerpo desproporcionado por la abultada tripa, su cabeza apenas sostiene algún pelillo perdido. Dos ojos saltones y una nariz nada despreciable dan al conjunto un aspecto curioso y de pocas entendederas.
Le acompaña el otro, su escudero cervantino: rechoncho, bajo de estatura y cabeza chata de menguante y grasiento cabello. Muestra su escasa dentadura cuando sus tremendas fauces se abren para dar rienda suelta a su expresividad. Expresividad que vomita con monosílabos ininteligibles y grandes dosis de salivas voladoras. Y para dar más énfasis a su locuacidad, acompaña sus aseveraciones con un índice que estoca en las carnes del oyente.
Enrique, el alto desgarbado de 52 primaveras ya pasadas, había llegado al aeropuerto de la capital española como en tantas otras ocasiones. Su peso y tamaño ocultaban con facilidad los 3 Kg. de polvo que, enfajado y alrededor de su pecho, enviaban unos parroquianos desde Colombia. Eso sí, el niño grande viajaba protegido por un omnipotente pasaporte de la United que abría puertas de cualquier aeropuerto de nuestros mundos. Todo a pedir de boca.
- ¿Americano, eh?- soltó el del tricornio.
– Yes, yes, i’am american-, respondió él orgulloso.
El de verde observó a tan extraño personaje mientras cerraba el pasaporte y se lo devolvía.
- Bueno, pues sea bienvenido a España, welcome- chapurreó de despedida el agente.
- Thanks- soltó Enrique y oyó a sus espaldas, cuando ya se dirigía a la puerta de salida con el equipaje:
- Esa puerta no, la otra.
Y él, ya ensoñado con los lujos y las tetas que disfrutaría, respondió, como Dios le dio a entender:
- Gracias, hasta luego.
De ahí al calabozo, del calabozo al talego y meses después a juicio.
NANO, EL PREVENTIVO (4)
Me encaloman en el chabolo de un menda que en apariencia me da buen rollo. Durante los primeros días conversamos largo y tendido, pero algo, un no sé qué, me pone en alerta. A la la semana y mientras paseo por el patio, se me acerca el Tato, uno de los Kies del módulo, y mientras aparentemente me habla de un tema del comedor, me suelta entre dientes:
- Ándate con ojito, compi, que tu compañero de chabolo es una perra chivata, chivato del director.
No necesito más. Mis sensaciones torcidas no iban desencaminadas. Esa misma tarde compro a uno de los tantos indigentes que pululan por el patio su chabolo. Él toma mis cartones de dineros de mentiras y con ello se agencia una papela. Con la papela de caballo en mano, convence a otro pringao como él para compartir celda.
Yo, por mi parte, comienzo a vivir solo; no sé cuanto durará este privilegio, pero la soledad en un habitáculo tan reducido siempre es de agradecer.
No todos, sin embargo, desean esa soledad cautiva. Muchos necesitan de un compi de penurias o en algunos casos, de algo más que eso. Ese es el caso de él, ella, bien, de Cristina.
La puerta entreabierta de mi celda me deja vislumbrar con dificultad sus piernas, debido a la cortina de la ducha que a modo de entrada de tienda bereber ha colocado al frente. Ese sistema decorativo no es del agrado de los funcionarios, pero entienden. Esa pobre, rodeada de tanto macho insaciable, debe cuidar su reputación. Mira por el lateral de la cortina, sabedora de ser observada, clavando sus ojos en mí. Aguanto su mirada. De repente, una figura de greñas mal teñidas surca por delante de mi campo visual para penetrar veloz en la celda de ella. Ambos desaparecen en el hueco de la ducha.
NANO, EL PREVENTIVO (5)
He tenido mis más y mis menos con un gitano por no prestarle un dinero para el economato. A partir de ese instante, me busca las vueltas hasta que encuentra el momento.
Es en la cola del teléfono, a la espera del turno cantado, al ahora me toca a mí. Yo había cogido la vez tres horas antes al grito de:
-¿Quién es el último?-, para después dar la vez al siguiente.
Llegado el momento, el gitano de largos cabellos, bigote de puntas raídas, dientes alquitranados y uñas pulgar y meñique con longitud de estoque -para lo que se tercie en limpiezas varias (oídos, dentadura, fosas nasales y otras uñas) o rasgueo de guitarra en sevillanas de patio-, se planta delante de mí y vocifera:
-¡Ahora va mi menda!
A lo que yo, de buenas maneras y refinadas palabras respondo:
-No, perdón, el turno me corresponde a mí.
El romaní me otea de soslayo mientras enfila los dos pasos que le separan del aparato:
-He decio que naiden que no sea mi menda jala de teléfono.- Y toma el aparato.
Entonces lo agarro del brazo:
-Le dije que este es mi turno. Así que suelte el a...
No alcanza a terminar la frase. El otro se ha girado con brusquedad, zafándose rudo del agarre.
-La has cagau, so mierda. Ya te veo en el tigre si tienes cojones.
NANO, EL PREVENTIVO (6)
Hace un tiempo que reside en nuestro módulo un extravagante personaje, siempre sonriente y seguido de continuo por una pléyade de rémoras. Da la impresión de ser un interno importante, o por lo menos, respetado por todos. No trato de averiguar más; en estas casas no se debe curiosear en las vidas ajenas.
Una mañana se acerca a mí. Me comenta que está hasta los cojones de su compañero de celda, un skin de músculos sobresalientes pero cerebro menguante. Qué si puede venirse a vivir conmigo. Se ha informado sobre mí y le gusta mi perfil.
Antes de contestarle que no, me dice que solo hay un inconveniente en su situación penitenciaria: que es un F.I.E.S.
Me cuenta, que estar incluido en el fichero F.I.E.S. -fichero de internos de especial seguimiento- es como estar en una cárcel dentro de la misma cárcel. Controles, más controles, grabación de las llamadas telefónicas, intervención del correo y comunicaciones; una broma en forma de pesada losa y todo, por haber sido juzgado por la Audiencia Nacional y estar implicados varios en el delito. Organización, dice el juez, me comenta.
Un fichero que se sacaron de la manga los de Instituciones Penitenciarias a principios de los 90 para realizar un control mayor a cierto tipo de internos. Fue declarado inconstitucional en el año 1996, y a pesar de ello, siguen aplicándolo en toda su extensión. Se divide en cinco categorías diferentes, según delito cometido y peligrosidad. Los mismos funcionarios ridiculizan en la mayoría de los casos su utilización, pero la política es la política y en su día captó votos.
Después de contarme todo esto, la curiosidad se apodera de mí.