No, no pasa nada. Auscultan mis bajos con mirada de lince y me dan el visto bueno con un movimiento de cabeza que más parece un tic de lo repetitivo de la expresión.
A la espera de ser enviado al módulo, me depositan en una celda llamada el Cangrejo, la única vacía; me extraña el mote del lugar que con el tiempo me explicarían. Se trata de una pequeña celda con un camastro metálico con sujeciones a los extremos. Ahí esposan a los internos reboleras de pies y manos y les dan hasta decir basta; pero no termina ahí la psicológica y menos la física. No. La puerta de chapa similar a las de las celdas tiene un enrejado interior con cierre independiente y de un grosor de barrote similar al animal de cualquier boy de porno star; pone los pelos de punta. El que entra a ese lugar de unas maneras, sale con el chip cambiado y el cuerpo marcado; de eso no me cabe la menor duda.
Permanezco dos días en Ingresos. El médico, el educador y el asistente social me auscultan, interrogan y descubren mis entrañas e intimidades para, acto seguido, destinarme al módulo 3.
Qué sorpresa me depara el modulito de las narices. Y eso sin contar que después del módulo de Destinos es el más tranquilo. Tranquilo, tranquilo, lo es, pero menudo ganado pastoreado desde las demás regiones.
Lo primero que me encuentro parece sacado de la casa de los Monster.
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